Turdus merula Imposible
de confundir por el color negro de todo su plumaje y también por su especial
conducta y actitudes, el macho del Mirlo Común, Turdus merula, es uno
de los pájaros más populares y mejor conocidos de la avifauna europea. El
pico de vivo color anaranjado a partir de enero en machos jóvenes que aún no
han cumplido el año y desde diciembre en los adultos, así como el anillo
ocular amarillo, completan los rasgos más destacados. Las patas son negras y
el iris de los ojos pardo oscuro. Las hembras poseen un
plumaje notoriamente más apagado, pardo oscuro o negruzco por encima y más
claro, pardo rojizo debajo, teniendo algunas marcas en forma de moteado por
el pecho. La garganta es blancuzca. El pico carece de la brillantez del de
los machos y domina en él el color pardo oscuro con manchas amarillentas que
pueden llegar a ser en las hembras adultas tan extensas que cubran todo el
pico excepto la punta; algunas, no raras, tienen el pico casi tan anaranjado
como los machos. Siempre son adultas de más de un año de edad. Las patas son
pardo oscuras o negruzcas. El negro plumaje de los
machos es adquirido después de la muda que los jóvenes sufren entre agosto y
noviembre. Hasta entonces los machos se parecen a las hembras adultas, con
las partes superiores de color pardo oscuro, teniendo el centro de las
plumas un tono pardo rojizo; la garganta y el mentón pasan del beige rojizo
al beige blancuzco. En los lados de los carrillos y la garganta hay manchas
oscuras que forman como un incipiente mostacho. El pecho y la parte inferior
de la garganta es beige rojizo con punteado pardo oscuro, casi negro. Las
hembras jóvenes se distinguen relativamente bien por tener las partes
superiores menos oscuras, la cola no es negruzca, sino parda y lo mismo las
plumas de las alas. Hay una considerable
variación individual que afecta tanto a adultos como a jóvenes en la
coloración y marcas del plumaje. A causa de ello resulta a veces dificultoso
distinguir jóvenes mirlos de hembras adultas en muda. No es infrecuente que
los machos en su primer año de vida, pero ya reproduciéndose, no tengan
todavía el plumaje completamente negro, sino con tonos parduzcos que afectan
sobre todo a las alas, cabeza y espalda. Otros, ya adultos, debido al
desgaste tienen los bordes de las plumas de color marrón o pardo oscuro, lo
que da al conjunto un aspecto como de hembras. En general, los mirlos en su
primer invierno tienen el pico de color hueso negruzco como en el otoño,
empezando a mancharse de amarillo al final del año para ser anaranjado
siempre en febrero-marzo y ocasionalmente algunos ya en enero. Todos los pájaros pueden
sufrir en mayor o menor grado albinismo en su plumaje. El Mirlo Común no es
una excepción a ello y cualquier pluma con bordes blancos o una mancha clara
en la espalda o el pecho llaman poderosamente la atención por el acusado
contraste. Son frecuentes los casos de albinismo parcial con manchas en la
cara, parches blancos en el pecho y vientre o en las alas, cabeza
parcialmente blanca, etc. Plumaje totalmente blanco es excepcional, pero
existen casos. El Mirlo Común es
fundamentalmente un pájaro de la campiña, pero que no falta en bosques con
vegetación arbustiva y en zonas de campo abierto a condición de que
matorrales y setos suficientemente desarrollados le ofrezcan un buen
refugio. Igualmente frecuenta grandes parques arbolados, jardines pequeños
en el interior de poblaciones, plantaciones de frutales, extensos cultivos,
tierras recién roturadas e incluso campos baldíos. Fuera de la época de la
reproducción se ve por todas partes y los grupos, muy numerosos a veces, se
concentran para comer en prados y rastrojeras. Sin embargo, hay que destacar
en este pájaro su carácter un tanto desconfiado, sobre todo en la Península
Ibérica donde en muchas regiones es objeto de caza masiva. Esto le lleva a
permanecer casi siempre al abrigo de un matorral y a comer en el suelo
próximo a él, presto a volar y ocultarse con un típico grito de alarma al
menor asomo de peligro. Camina por el suelo a
saltos, o más bien anda y salta a la vez, corriendo trechos de 13 metros
para quedarse quieto mirando fijamente, bien al intruso o a un peligro que
le sobrevuela a gran altura, o hacia el suelo donde advierte entre la hierba
o debajo de las hojas algún sonido que le indica la presencia de una presa.
Sus actitudes son menos elegantes que las del Zorzal común,. Turdus
philomelos, que camina más tieso y se detiene estirando todo el cuerpo y
el cuello, pero es más vivaz que éste y parece más listo para huir del
peligro, rara vez alejándose mucho de cobertura vegetal en la que
auténticamente se zambulle cuando presiente el peligro. Vuela a baja altura
y solamente en cortas distancias, batiendo las atas de forma que da la
impresión de suma torpeza y lentitud yéndose a veces para los lados. Sin
embargo, en vuelo largo lo hace con mayor rapidez un poco onduladamente y
siempre en línea recta con notable potencia, plegando las alas contra el
cuerpo a intervalos en una acción que recuerda algo la similar del Pito
real, Picus viridis. Es ruidoso y cuando está alarmado chilla mucho y
muy fuerte. Estos sonidos se intensifican cuando se retira a dormir, lo que
hace normalmente muy tarde y ya bien anochecido a veces, juntándose varios
mirlos que dan la impresión de estar peleando continuamente. No suele
posarse a gran altura a no ser durante la cría el macho cuando utiliza un
posadero para cantar. Este puede estar a 1,5-10 metros del suelo, pero
corrientemente no más bajo de 2 ni más alto de 5 metros Una actitud
característica del Mirlo Común que nos avisa de su presencia la constituye
la forma en que voltea y revuelve la hojarasca en busca de insectos y
lombrices de tierra. El ruido que hace con las patas y el pico es
significativo y en un bosque de especies caducifolias puede escucharse a una
distancia de casi 100 metros y ser confundido con el paso de otro animal. El canto del Mirlo Común
es imposible de describir de forma que el lector se de una somera idea de su
riqueza, limpieza de notas y fluidez. La variación individual es, además,
tan grande que resulta dificultoso encontrar dos mirlos que canten igual,
incluso tratándose de componentes de una misma familia. La voz aflautada,
limpia, emitida en tono muy alto y de gran poder de propagación, está
combinada con cortos gorjeos más bajos, pero bien audibles y muy agradables
y musicales. El mismo pájaro puede tener tres o más formas de cantar. Tan
pronto termina su estrofa, que dura en promedio 3-4 segundos, con una breve
nota algo raspante, como prolonga los silbidos durante 6-9 segundos (5-8
segundos, Tucker), coronándolos con un estribillo invariable y musical que
parece emitido por un hombre utilizando una flauta. Estos estribillos se
transmiten de padres a hijos y generaciones de mirlos continúan en un
territorio cantando como lo hicieron sus antecesores. El tono del canto es
en conjunto melancólico y como si el pájaro tuviera pereza para cantar.
Observándolo de cerca se nota efectivamente en él esta actitud relajada,
sentándose más que posándose sobre la rama de un árbol o un arbusto y
abriendo el pico mucho para cantar. No rara vez se le escuchan notas breves
imitando el canto de otras especies de campiña. Con el pico cerrado y con
más pereza aún si cabe mira hacia abajo y canta suave y dulcemente,
oyéndosele sólo a corta distancia un gorjeo melodioso en el que intercala
notas disonantes y gritos cortos de alarma. Si se le molesta
acercándose a su zona, bien mientras construye el nido o la hembra incuba,
lanza un repetido ¡¡chuk-chukchuk...!! en tono bajo y lento. Si la alarma es
fuerte y repentina huye volando y a la vez lanza un chillido repetido
¡¡chí-chí-uí-uí-uí... chí-uí-uí...!! con variaciones incluso tratándose del
mismo individuo. Cuando la presencia de un gato o un Gavilán lo asusta lanza
un persistente ¡¡chí-chí-chí-chí...!! en cierto modo histérico y nervioso
que con frecuencia es emitido por varios mirlos a coro. Este mismo grito se
escucha invariablemente todos los días cuando los mirlos se concentran en un
matorral para dormir. El Mirlo Común canta
desde enero hasta la última semana de julio. El canto de invierno no es
todavía muy fuerte y está siempre influenciado por la situación
meteorológica. Días soleados de enero provocan un adelanto en la emisión del
canto. Pero también se escucha a partir del 20 de diciembre, aunque
ocasionalmente. Febrero marca el comienzo de pleno canto. Menos frecuente es
el canto de otoño. Algunos mirlos lo hacen en octubre y noviembre, aunque
casi siempre se trata de un seudocanto que apenas es audible a más de 25
metros de distancia. La alimentación de
Turdus merula
es muy variada. Posiblemente la cantidad de vegetales supera la dieta de
origen animal. Cualquier clase de fruta cultivada madura le gusta. Manzanas,
peras, higos, ciruelas, cerezas, fresas, frambuesas, uvas, etc. le atraen y
los daños que causa, en especial en años de escasa cosecha, son cuantiosos.
Especialmente es notable la depredación sobre las cerezas. Con ellas son
cebados muchos pollos de mirlo de las últimas nidadas. La concentración de
estos pájaros sobre las higueras es ya proverbial en toda Iberia. No es
necesario extenderse, pues, en consideraciones sobre esta materia. Al lado
de estas frutas, come una enorme cantidad de bayas y frutos silvestres de
muy variados arbustos. En especial de Hiedra, Tejo, Saúco, etc. Se ven muy a
menudo comer los frutos de los rosales y de los espinos. Cuando picotea en
el suelo de los prados probablemente no lo hace sólo sobre insectos, sino
recogiendo innumerable cantidad de semillas de la hierba y de plantas
silvestres. Además de lombrices de
tierra, también come muchos pequeños moluscos, arañas, ciempiés, pequeñas
ranas, etc. Collinge (1941) realizó encuestas entre los cultivadores
de frutas y examinó el contenido de los estómagos de centenares de mirlos
con el objeto de determinar si efectivamente este pájaro resultaba dañino
para los intereses de los agricultores. El resultado de esta experiencia
realizada en los ya lejanos años de 1924, 1933-34 y 1938-39 en Inglaterra,
probó sin lugar a dudas que cuando la población de Turdus merula
subía por encima de una densidad que Collinge estimo como aceptable, los
daños eran indudables. Entonces el porcentaje de insectos que comía bajaba
del 30,5 por ciento (consumidos cuando la población no era excesiva) al 22
por ciento y se producía un similar incremento en la cantidad de fruta
comida desde el normal 15,2 por ciento al 25,5 por ciento. Aunque el pájaro
es abundante, no estamos en Iberia en la situación de considerar a esta
especie como peligrosa para los culvitos. Antes al contrario, con buen
acierto, en algunas regiones su caza ha sido prohibida. El celo de los mirlos
comienza a manifestarse excepcionalmente en los últimos días de diciembre y
ya más corrientemente a partir de mediados de enero y sobre todo en febrero.
Realmente es un pájaro muy madrugador en sus expresiones vocales y éstas nos
hacen fijar la atención en las parejas que se observan posadas en los campos
siempre cerca de matorrales y setos. El macho despliega la cola en abanico y
la levanta hasta alcanzar una posición vertical. A la vez encoge el cuello y
su cuerpo es una bola negra en cuyo centro destaca notoriamente el pico de
vivo color naranja. No permanece indiferente la hembra ante estas
manifestaciones y ella también esponja el plumaje, sobre todo el del
obispillo y cuello, acción que también efectúan los machos. Rara vez se
producen luchas entre los machos. Parece como si el emparejamiento estuviera
ya convenido en silencio en fechas anteriores. Algunos mirlos parecen
claramente emparejados ya en los meses de octubre y noviembre. Sin embargo,
la presencia de varios machos en el cortejo a una sola hembra es bastante
frecuente. Es curioso contemplar entonces las cortas carreras persiguiéndose
con las colas bien desplegadas que lo mismo aprietan contra el suelo como
levantan verticalmente, trazando en sus movimientos pequeños círculos. La territorialidad entre
los mirlos es acusada si el alimento es escaso. Entonces un macho puede
expulsar a otro que se acerque a la zona por él considerada vital para su
supervivencia. Sin embargo, en gran parte de la campiña donde los mirlos se
reproducen éste no es el problema y varias parejas pueden estar concentradas
y criar normalmente en una pequeña zona no mayor de media Ha. Esto supone
abundancia de fruta, estercoleros, alguna parcela de cultivo y matorral con
muchos frutos silvestres. Menor densidad alcanzan en el interior de un
bosque de especies caducifolias. Probablemente 2 Ha. son requeridas por
pareja. No obstante, incluso en zonas de rica alimentación en las que 4
nidos pueden estar dentro de un territorio no mayor de una Ha, se producen
dos hechos que se observan regularmente: El primero se refiere a que los
machos no defienden su supuestamente pequeño territorio frente a otros y hay
una tolerancia completa cuando se ve a dos machos cantando muy cerca uno de
otro (en alguna ocasión separados por sólo 12 metros). El segundo se refiere
a lo que podemos llamar «territorio de caza o alimentación». Cada Mirlo
Común se aleja de la zona del nido sobrevolando las ocupadas por otras
parejas durante la primera cría. Esta situación cambia radicalmente en
regiones donde la maduración de las frutas no es anterior al mes de mayo.
Entonces, en segundas crías, machos y hembras de parejas colindantes comen
sin molestarse sobre el mismo árbol frutal (un cerezo, por ejemplo). No se
observa agresividad alguna. Cuatro nidos estudiados a la vez estaban
próximos y las hembras realizaban su trabajo en silencio. Se notó
simplemente que los machos acudían intermitentemente y preferían permanecer
cantando cerca. Sobre la territorialidad del Mirlo Común hay encontradas
opiniones entre los ornitólogos. Lack señaló que un macho posee normalmente
un gran sentido territorial y defiende una parcela pequeña con
encarnizamiento frente a otros machos intrusos. Este territorio no superaba
1-2 Ha. en ningún caso. La situación comenzaba a hacerse muy notoria en
febrero y marzo cuando cada macho que habitaba el bosque parecía haber
señalado bien los límites de su propiedad. Por el contrario Ryves (1948) no
considera al mirlo como una especie estrictamente territorial, excepto
guardando un área pequeña alrededor del nido. Su opinión parece muy acértada
y coincide con las apreciaciones de que las parejas una vez establecidas se
toleran muy bien, aunque la proximidad de los nidos sea a veces
sorprendente. Ryves cree que esta tolerancia está en razón directa de la
abundancia de alimento. La construcción del nido
comienza muy pronto. Nidos ya terminados en febrero no son raros. Puestas
completas en marzo son frecuentes. Sin embargo, hay que decir, como norma
general, que la construcción de los nidos en la mayoría de las parejas
empieza a partir de la tercera decena de marzo y en la primera de abril.
Condiciones meteorológicas buenas en marzo adelantan sin duda la
reproducción. La hembra construye casi todo el nido utilizando para ello
hierba seca, musgo y barro. Hay también en su estructura no poca cantidad de
tallos secos de plantas, hojas y raíces. El interior tiene un forro de
hierba fina. Algunos poseen otro material dependiente del tipo vegetal
predominante en la zona. Muchos están endurecidos, y otros tienen numerosas
acículas de pino. Un nido que no se destruye durante el invierno puede ser
vuelto a ocupar sin apenas modificación a la siguiente primavera. En
conjunto es un nido grande y voluminoso, a veces muy alto y nunca aplastado.
El interior también es grande y forma un cuenco profundo. Habitualmente está
a poca altura sobre el suelo. En cincuenta nidos estudiados en 3 años se
obtuvo un promedio de 1,43 m. Corrientemente en matorrales, setos,
enredaderas, hiedra, horquillas de árboles a baja altura, huecos de troncos,
de rocas, taludes con vegetación. Los descubiertos en árboles estaban entre
3 y 12 metros, pero son los menos. No rara vez los construyen en el interior
de cobertizos, cuadras, invernaderos. Pocas veces en el suelo y más
frecuentemente en tocones de árboles viejos o en troncos caídos. Varias
veces se ha visto al macho acudiendo al nido con material, pero no se ha
podido comprobar si llega a construir él o lo entrega a la hembra. Durante
estos días se vuelven muy irritables y se alarman pronto. Con gran facilidad
desertan nidos que creen mal situados, incluso antes de terminarlos. Los
primeros de la temporada están muy al descubierto debido a la falta de
densidad en la vegetación que todavía no tiene suficiente follaje. Esto
ocasiona un bajo índice de éxito en la primera cría. Normalmente las primeras
puestas completas son raras antes del 10 de abril. Cada una consta de 3-5
huevos, casi siempre 4, pocas veces 3 y menos aún 5. La cáscara tiene color
azulado o azulado-verdoso y está, en general, profusamente cubierta de
manchas pardo rojizas u ocráceas que en algunos se acumulan en el extremo
más ancho formando un pequeño casquete de color herrumbroso. La variación en
la forma es mayor que en el color. En la colección que se utilizó para esta
descripción hay huevos piriformes muy grandes, del tamaño de los de Urraca,
Pica pica, y otros muy pequeños del mismo tamaño y forma que los de
Zorzal Común, Turdus philomelos. La presencia en algunos nidos de
huevos atípicos no es infrecuente. Son muy pálidos, algunos blanquecinos y
carecen casi completamente de marcas. Jourdain, para 100 de origen
británico, obtuvo un promedio de 29,4 x 21,5 mm. con máximos de 35 x 21,5
mm. y 34 x 24 mm. y un mínimo de 24,2 x 19 mm. D´Almeida, en 34 huevos
colectados en el norte de Portugal, encuentra un promedio de 28,6 x 21,4 mm.
con extremos entre 26,7 a 31,6 x 20,3 a 22,3 mm. En Asturias para 10
colectados se obtuvo una media de 29 x 21,1 mm. con un máximo de 32,3 x 22,3
mm. y un mínimo de 27,1 x 20,5 mm. La puesta de cada huevo
se produce en las primeras horas de la mañana, normalmente antes de las 5
(hora solar) y con intervalos de 24 horas. Solamente la hembra incuba,
aunque el macho es visto en el nido, pero no realiza probablemente allí más
labor que la de vigilancia. La incubación se dice que comienza con la puesta
del último huevo y su duración es variable. Se han controlado períodos de 12
a 15 días y el nacimiento de los pollos no es simultáneo en todos, sino que
uno por lo menos nace un día después, sobre todo en puestas de 5 huevos.
Esto hace sospechar que las hembras que se ven sobre los nidos cuando falta
un huevo para completar la puesta, indudabiemente ya incuban. Jourdain da
como duración de la incubación 12-15 días, pero añade que usualmente sólo
son 13-14. Harrison la extiende a 11-17 días. Un promedio de 13 días es lo
normal en segundas y terceras puestas. Las primeras están sujetas a cambios
bruscos de tiempo y escasez de alimento, lo que obliga a la hembra a
permanecer fuera del nido más de lo habitual. Los pollos al nacer tienen
plumón beige grisáceo claro, largo, pero escaso, en la cabeza y espalda. El
interior de la boca es amarillo y no hay puntos oscuros en la lengua. Las
comisuras son blanco amarillentas. Ambos adultos los ceban, aunque mucho más
la hembra, con fruta e insectos y también numerosas lombrices de tierra y
pequeños moluscos. No pocas veces se ven en el pico de los adultos huevos y
larvas de hormiga. El cebo depende siempre de la época. Segundas y terceras
crías comen mucha fruta. Los adultos mantienen limpio el nido retirando los
sacos fecales inmediatamente que los pollos los expulsan. También retiran
los huesos de cerezas que involuntariamente les dan a veces y que los
jóvenes mirlos no retienen en el estómago muchos minutos, regurgitándolos al
borde del nido. Dos crías son normales en cada temporada y a menudo también
tres. Nunca he podido comprobar cuatro crías, pero algunos ornitólogos las
señalan, aunque no para Iberia. Los pollos abandonan el nido a los 13-14
días, no vuelan bien y se defienden ocultos entre la vegetación donde
continúan siendo atendidos por los adultos casi tres semanas más. Turdus merula se
extiende por toda Europa faltando en Islandia. La densidad es muy alta y se
observa en los últimos años una expansión hacia zonas más norteñas de
Escandinavia, en especial en Finlandia, con mirlos procedentes de la mitad
sur de Suecia (Spencer, 1975) y probablemente de los países Bálticos de más
al Sur (Estonia). Paralelamente una colonización intensa de zonas suburbanas
se está produciendo desde hace 25 años. Los grandes espacios verdes, parques
y jardines de pueblos y ciudades, cobijan una apreciable población de mirlos
que en el continuo contacto con el hombre se han hecho muy mansos, mucho más
que los que viven en pleno campo, en general muy esquivos y alarmistas. En
la Península Ibérica es ave popular en todas partes y lo mismo sucede en las
islas Baleares. Prefiere zonas arboladas, pero no falta en campo abierto con
matorral abundante. En el tercio norte de Iberia posee una superior densidad
que hace unos años se vio amenazada por la caza masiva durante los meses de
otoño e invierno. El poder de recuperación de la especie es grande y su
aumento es ahora notable gracias a las medidas de protección oficial. Vaurie (1959) asigna a
los mirlos que viven en Iberia la subespecie tipo Turdus merula merula.
Pero la extiende hasta Baleares, no reconociendo la subespecie mallorcae
de Jordans, e iguala también con
merula la raza hispaniae de Kleinschmidt. Sin embargo, admite
que la población de parte del sur de la Península y Baleares se acerca a la
subespecie mauritanicus
del noroeste de Africa desde Marruecos a Túnez, en la que la coloración del
plumaje de las hembras es más gris. El Mirlo Común es
sedentario en la Península y Baleares (Mallorca, Menorca), pero en la mitad
sur de su área de reproducción y en alta montaña efectúa a partir del otoño
amplios movimientos de trashumancia que dan idea de una corta migración que
quizá pueda alcanzar el norte de Africa, aunque esto no está probado. A
través del anillamiento y las múltiples recuperaciones y autorecuperaciones
que se producen sabemos que, en general, los mirlos ibéricos se alejan muy
poco de su lugar de nacimiento y a él vuelven año tras año a reproducirse.
Los muchos que se han anillado en Asturias no han producido más que
recuperaciones en el mismo lugar o, todo lo más, a distancias no superiores
a 10 km., lo que entra dentro de una dispersión postgenerativa normal en un
pájaro grande. En un noventa por ciento de las recuperaciones, éstas se
produjeron a una distancia no superior a 2500 metros desde el lugar de
anillamiento que lo era invariablemente el del nido. Alguna excepción se
produce, sin embargo. Uno anillado en Pontones (Santander) el 18 de julio
fue recuperado en Ortuella (Vizcaya) dos meses y medio más tarde, 50 km. al Este Sudeste. En el límite norte de su
área de reproducción en Europa Turdus merula es en gran parte
migrador hacia el Sur y Sudoeste. Sin embargo, también se produce una
dispersión hacia el Norte y Noroeste. En Islandia no criaba hasta 1951
(Gudmundsson), pero era abundante en el invierno. La especie ya era
localmente común en las Islas Faeroe en 1970 como nidificante y sus vuelos
en el invierno llegaban hasta el extremo norte de Noruega y Finlandia.
Parece claramente establecida una tendencia de los mirlos de Finlandia y
Suecia a volar hacia el Oeste en el otoño, produciéndose una gran
concentración en la costa occidental noruega. La inflexión que estos mirlos
efectúan hacia el Sur los lleva directamente, a través de la mitad oriental
de Gran Bretaña, Países Bajos, Bélgica y Francia atlántica, hasta el norte
de Iberia donde las recuperaciones de anillados en Suecia, Noruega y
Finlandia se repiten todos los inviernos con una especial concentración en
la línea costera Cantábrica (País Vasco, Santander y Asturias).
Paralelamente los mirlos anillados al paso en las Islas Británicas, Bélgica
y Francia dan una considerable masa de recuperaciones en la misma zona.
Algunos llegan más al Sur, hasta el norte de Portugal y el centro de España. Para Balsac y Mayaud
(1962) los mirlos de origen europeo son escasos como invernantes en el norte
de Marruecos. El mismo criterio sustentan Pineau y Giraud-Audine (1976),
quienes citan un aumento sensible en la zona de Tánger durante el mes de
abril, supuestamente migrantes europeos que inician el retorno. La llegada de mirlos
transpirenaicos por ambos extremos de los Pirineos y especialmente por el
País Vasco, es un hecho fácil de observar. A partir de octubre la entrada es
abundante, pero condiciones meteorológicas duras con vientos del Norte y
Nordeste, siguiendo a nevadas y hielo en Europa, pueden originar una masiva
entrada de Turdus merula, como la que se produjo el 15 de enero de
1960 y las no menos espectaculares del invierno de 1962-63 y de las
Navidades de 1964. |