Garza Real Ardea cinerea Pocos pájaros suscitan en
las tierras norteñas de la Península Ibérica tanta curiosidad e intriga como
las grandes garzas. En especial la Garza Real Ardea cinerea, por su
calmoso y lento vuelo y por su
timidez cuando está posada en los fangales y
limos de las rías o en los campos húmedos, es un ave admirada y,
desafortunadamente, perseguida. Realmente es un pájaro
extraordinario, inconfundible aun para las personas no dedicadas
especialmente a la observación de las aves. La cabeza y la cara son blancas
y sobre ellas destaca mucho un grácil penacho de color azul oscuro, casi
negruzco, que parte de los ojos y se prolonga por detrás de la nuca en una a
modo de cresta caída, formada por dos plumas muy largas que suelen medir
80-210 mm. cuando están totalmente crecidas, siendo como norma más cortas en
las hembras que en los machos, detalle que sólo puede ser apreciado cuando
se contempla la pareja en el nido o sus proximidades y a corta distancia.
Las plumas blancas alargadas que le nacen en la frente y se extienden sobre
la parte superior de la cabeza, hacen que, con frecuencia, el tamaño de la
mancha negra de detrás de los ojos varíe apreciablemente. El largo cuello es
gris parduzco con matices diferentes, sobre todo durante la reproducción.
Por delante tiene rayas cortas, negras, que forman, cuando se la ve de
lejos, una línea continua negra y en la parte inferior del cuello el plumaje
se abre en un mechón de largas plumas blancas. Los lados del pecho y el
vientre son grises y el centro blanco, poseyendo plumas que tienen un lado
blanco y el otro negro. El resto de las partes superiores y la cola son
grises. En el dorso nacen, en plumaje primaveral, unas largas plumas que
caen a modo de capa y que destacan mucho porque algunas son blancas. Las
alas son gris pálido, blancas en los codos y las primarias de color
pizarroso. El pico es marrón amarillento en la mandíbula superior, a veces
completamente amarillo oscuro y siempre más claro en la mandíbula inferior.
Los ojos son amarillos y la piel alrededor de ellos es verdosa. Las patas y
los pies son marrón o pardo verdoso brillante en época de cría. Los jóvenes del año
tienen el plumaje marrón, aunque este tono está teñido de gris. Su cabeza no
posee el grácil moño de los adultos o por lo menos no está tan desarrollado
y apenas rebasa el perfil de la cabeza. Además, ésta, en su parte superior,
es muy oscura, gris azulada que desde lejos parece negra. Los inmaduros, que
poseen un plumaje que podemos considerar de transición, llegan a ser como
los adultos al cumplir los dos años. Cuando las garzas vuelan,
destacan en ellas varias características que, aparte su gran tamaño, las
hacen inconfundibles. Las alas son anchas y redondeadas y en ellas son
notorias las primarias negras y las secundarias gris oscuro, pero el
conjunto visto de lejos parece totalmente negro. Llevan el cuello recogido
formando una graciosa curva, a veces con la cabeza entre los hombros y las
largas patas sobresaliendo desproporcionadamente por detrás de la cola. El
vuelo es lento, con profundos batidos de alas y dando la sensación de
potencia. Se levantan del suelo de forma majestuosa. Si no se les permite
posarse nuevamente suelen remontarse a gran altura, formando un compacto
grupo todo el bando. Planean a veces, sobre todo antes de aterrizar. En el
norte de Iberia su llegada coincide con los primeros días del otoño, aunque
no es rara la presencia estival de inmaduros y en zonas apropiadas de
praderas húmedas, marismas y aguazales, las concentraciones son grandes y
sus vuelos verdaderamente espectaculares. Cuando está posada en el
suelo puede hacerlo en aguas someras, en terreno abierto, tierras de
cultivo, lejos de árboles y en arena fangosa. Entonces sus actitudes son
curiosas. Normalmente permanece sobre una sola pata por horas y su actividad
es nula gran parte del día si no es molestada. Encoge el largo cuello y su
cabeza parece salir de entre los hombros, pero permaneciendo erguido el
cuerpo y el pico largo apuntado horizontalmente. Si se la molesta o descubre
a un intruso, aun a larga distancia, estira el cuello y permanece inmóvil y
vigilante, levantando el vuelo en seguida. Cada bando parece poseer un
determinado individuo que vigila o está más alerta que los demás. Por lo
menos eso es lo que parece cuando se intenta aproximarse para fotografiar el
grupo posado en el fango. Algunas veces se encuentran garzas notoriamente
mansas que permiten un acercamiento a corta distancia si no se realizan
movimientos bruscos. También se posa en
árboles y allí mantienen similares actitudes a las de cuando está en el
suelo. Prefiere, sin embargo, los que están situados al borde de marismas y
cursos de agua y sobre todo es notoria su presencia en el invierno, cuando
las ramas están desprovistas de hojas. La voz de las garzas
reales es realmente áspera y desagradable, pues en general consiste en un
graznido emitido en tono alto y duro, un «¡¡fraark!!» lanza cuando vuela.
Este mismo grito puede escucharse en el nido lo mismo de día que de noche,
pero con adiciones de otros sonidos guturales. Walpole-Bond (1938) los
expresa así: ¡¡fránk-jauk-jauk-ak-ak!! También como un graznido: ¡¡kraoj!!
que se escucha a bastante distancia. Naturalmente, la subjetividad en la
interpretación en sílabas de estos gritos es muy grande y no puede responder
a ningún patrón. La Garza Real vive en
terrenos húmedos, praderas, aguazales, campos con abundantes junqueras y
carrizos, riberas de ríos, lagos y lagunas de agua dulce, colas de embalses,
charcas, orillas del mar y lagunas salobres, incluso en terrenos secos como
dunas y lugares fangosos que quedan al descubierto al bajar la marea, etc. Su forma de cazar las
presas es peculiar. Camina lentamente y como agachada por aguas someras que
le cubren con frecuencia los tarsos, no produciendo ningún ruido y apuntando
hacia abajo su fuerte y puntiagudo pico, presta a asestar un golpe mortal a
cualquier pez o anguila que tropiece en su camino. Pero también, y muy a
menudo, permanece inmóvil dentro del agua, observando el fondo delante y a
los lados. Cualquier pez que pase a su alcance es hábilmente capturado. Las
anguilas grandes y los peces gruesos los golpea con fuerza con el pico o los
agita de un lado a otro dándoles contra el suelo antes de tragarlos enteros,
procurando siempre hacerlo de forma que penetre en la garganta primero la
cabeza de su presa. A propósito de la habilidad para la captura de peces,
Maxwell (1921) describe una creencia curiosa muy arraigada en Inglaterra
entre los pescadores y labradores y que incluso fue aceptada como cierta por
determinados naturalistas. Se decía que las garzas exudaban por las patas
una especie de aceite oloroso que al impregnar el agua atraía a los peces
dentro del radio de acción del poderoso pico de aquéllas. De este modo
algunos pescadores untaban su cebo con grasa de Garza Real con la esperanza
de lograr buenas capturas. Cuando las garzas se
concentran en grupos en praderas es frecuente que al atardecer caminen en
línea formando un frente y picoteando aquí y allí. Se ha observado a menudo
esta conducta en el otoño y no sólo los insectos son su objetivo, sino
numerosos ratones de campo, musarañas y ranas. La dieta alimenticia es
extraordinariamente variada e incluye, como ya se indicó, principalmente
peces, ratas de agua, ranas, insectos, etc. Jourdain (1940) cita un dato
interesante: el 61% del contenido de cinco estómagos examinados era pescado.
También los micromamíferos alcanzaban una regular proporción (9,5). Es
curioso, sin embargo, que tantos pequeños y medianos pájaros sean atacados
con éxito por las garzas. Mirlos, limícolos y pollos de fochas y gallinas de
agua que descuidadamente se acercan al alcance del picotazo de la Garza
Real, son atacados y hábilmente engullidos en un instante. En el norte de
Iberia, en el mes de septiembre, aún se ven en los campos numerosos luciones
Anguis fragilis de los que dan buena cuenta las garzas que llegan en
migración otoñal. La relación de presas cogidas haría interminable este
estudio. Se hace, sin embargo, necesario resumir algunas de las observadas
más a menudo entre los restos de las egagrópilas que se pueden recoger
abundantemente en los posaderos de las garzas y junto a sus nidos. Las
carpas Cyprinus carpio y las truchas Salmo trutta junto con
las anguilas Anguilla anguilla
parecen ser las presas favoritas entre los peces. Entre los moluscos
destacan los berberechos y almejillas y los caracolillos. De los crustáceos,
los cangrejos y pulgas de arena, y las quisquillas que nadan en charcos que
deja la marea descendente. También toda clase de insectos que descubre entre
la hierba (Orthoptera, Dermaptera, Hemiptera, Coleoptera, etc.); muchas
lombrices de tierra y alguna cantidad de materia vegetal. Del examen de las
egagrópilas de Garza Real recogidas por Hibbert-Ware (1940) se obtuvieron
resultados que en principio sorprendieron por cuanto que en ellos se obtenía
una extraordinaria biomasa de micromamíferos y nada para los peces. Aquellas
egagrópilas estaban formadas sobre todo por pieles y huesos de ratones de
campo, ratas de agua, ratas comunes, pájaros, reptiles, anfibios y muy pocos
restos de peces. Puesto que se sabe que éstos constituyen la mayor parte de
la biomasa consumida, como se desprende de la observación visual de las
propias garzas en sus comederos y criaderos, se explicó el hecho por la
rápida gelatinización de los huesos de pescado y escamas por los ácidos
gástricos. Las anguilas parecen ser
presas favoritas de las garzas reales. Antes de ser tragadas, en opinión de
Bannerman, las sacuden y golpean de tal manera que prácticamente quedan
convertidas en una verdadera pulpa. Debido a esta operación las plumas de la
cabeza quedan impregnadas por la baba y el limo. Entonces es cuando entran
en juego las placas de polvo o polveras que las garzas poseen. Ocultan su
cabeza bajo las plumas y frotan con insistencia durante varios minutos, de
modo que cuando descubren nuevamente aquélla, está cubierta con un polvo de
tono azulado. Esta operación es la primera parte para efectuar una completa
limpieza y peinado del plumaje, tarea en la que la Garza Real pasa gran
parte del día. En pleno invierno las
garzas reales van concentrándose en los lugares donde está el criadero y que
normalmente es el mismo año tras año. Al principio (enero), no se observa
celo en los pájaros, pero pronto, antes de llegar febrero, algunos machos se
posan repetidamente en determinada rama de un árbol donde existe un nido
viejo o algún resto de años anteriores. Pronto otros machos imitan su
actitud y comienza el cortejo o las representaciones para atraer a las
hembras. La parada nupcial es en estos pájaros una ceremonia muy complicada
que ha sido estudiada en detalle por los ornitólogos (Verwey 1930, Lowe
1954). Un resumen puede darnos una idea. La Garza que llega al nido eriza el
plumaje de la cabeza y lanza un agudo y áspero grito. La que ya lo ocupa,
responde estirando al máximo su cuello en línea recta hacia arriba,
moviéndolo después hacia adelante y atrás, apuntando el pico hacia el cielo
y flexionando las patas de forma que todo el cuerpo se agacha al nivel del
nido. A continuación baja el cuello, colocando la cabeza tan baja como los
pies y golpeando una mandíbula con otra, produciendo un caracteristico
sonido. Pero, en realidad, la ceremonia que resulta más llamativa y que es
practicada por muchas garzas a la vez consiste en llamar el macho
insistentemente desde el nido viejo o desde una rama elegida para construir
uno nuevo, usando los mismos gestos que se han descrito y cogiendo con
frecuencia una rama del árbol en el pico. Si una hembra se aproxima y entra
bruscamente en el pequeño territorio del nido, puede ser expulsada
inmediatamente por el macho. Las hembras que se ganan la confianza de aquél
son las que se acercan con suavidad y tímidamente. Pronto una de estas se
aproxima y gana la confianza del macho que por 20-40 veces seguidas hace
sonar sus mandíbulas. En la Península Ibérica
la Garza Real anida fundamentalmente en árboles y con frecuencia a gran
altura. Alcornoques Quercus suber y encinas Quercus ilex son
sus posaderos favoritos, pero también se ha descubierto alguna colonia en
eucaliptos Eucalyptus spp, en Extremadura (Silva y Garay 1968).
Igualmente son lugares de nidificación los carrizales, junqueras y
acantilados marinos. En el norte de Europa, además de en árboles altos,
también anida en arbustos y árboles bajos, pero de forma ocasional, rara vez
en acantilados marinos y muy a menudo en carrizales. También en Iberia se
cita en carrizos en el Delta del Ebro (Maluquer y Pons 1961), pero no existe
aún plena evidencia de que críe allí. En la Camarga francesa (Walmsley
1975), con la excepción de cuatro nidos construidos en árboles secos, los
demás estaban sobre carrizos. En el centro de Europa la preferencia es por
especies como Roble Quercus spp., Haya Fagus sylvatica, Pino
Pinus spp., Aliso Alnus spp. y Abeto Abies spp. Más
normales son los nidos establecidos en los densos carrizales del centro de
Europa. La Garza Real construye
un nido muy grande. En realidad es una grande y voluminosa estructura de
palos secos, ramas y carrizos. Naturalmente, el material es variable con el
biotopo. Pero siempre en el interior de esa gran estructura los pájaros
forran el cuenco con pequeñas ramitas y con frecuencia con juncos e incluso
hierba. Como el nido puede ser ocupado por varios años sucesivamente, es
corriente que alcance un volumen considerable. En marismas y aguazales, los
carrizos secos forman la mayor parte del material del nido que está elevado
sobre el nivel de las aguas por lo menos 1 metro. La Garza Real anida en
colonias extensas, agrupándose muchos nidos en un solo árbol. También se
asocia con otras garzas para criar y no es raro encontrar nidos de Cigüeña
Blanca Ciconia ciconia
situados en el mismo árbol de las garzas. La Garza que construye un nido
nuevo se contenta con una ligera estructura que parece desproporcionadamente
pequeña para tan grandes pájaros. El macho aporta el material, y la hembra,
que permanece posada sobre el nido todo el día, salvo esporádicas salidas,
construye aquél entrelazando las ramas o los carrizos secos. Cada vez que el
macho llega al nido se repiten las ceremonias del cortejo nupcial que no
parecen cesar ni siquiera durante la incubación. Las colonias de garzas
varían mucho en el número de parejas de un año a otro. No se conocen con
exactitud las causas de esta fluctuaciones, pero probablemente durante el
invierno algunas de ellas encuentran lugares más favorables y pueden formar
nuevas colonias. La proximidad de una charca o laguna donde obtener gran
cantidad de alimento tiene decisiva influencia en el establecimiento de las
colonias y en su reocupación año tras año. Las primeras puestas de
huevos pueden ser realizadas en la primera quincena de febrero en zonas
favorables del Sur de Iberia. Más a menudo en los últimos días de ese mes y
corrientemente en marzo. Hallazgos de puestas en enero no son desconocidos,
pero sí ocasionales. En el caso de depredación las garzas pueden efectuar
una puesta de reemplazo incluso en mayo. Dos puestas normales en un año para
una sola pareja son muy raras, pero existen citas bien comprobadas. Cada puesta oscila de 3 a
5 huevos corrientemente; seis son raros y mayor número podría corresponder a
dos hembras, aunque no existen muchos casos para poder fundamentar esta
suposición. Quizá los nidos, muy accesibles, podrían haber sido depredados
por coleccionistas. El color es gris azulado mate, con frecuencia teñidos de
un matiz pardo o rojizo, pero libres de marcas. Jourdain (1940) da para 100
huevos obtenidos en nidos de Gran Bretaña un promedio de 59,94 x 43,24 mm.
Había máximos de 66,7 x 45 mm. y 61,5 x 49,7 mm. y mínimos de 53,5 x 43,2
mm. y 59,6 x 40 mm. La puesta de cada huevo es efectuada con un intervalo de
dos días corrientemente, habiéndose comprobado en algunos casos pausas que
pueden llegar hasta 3-4 días. La incubación es realizada alternándose ambos
adultos y, según Lowe, el período exacto serían 26 días, pero otros
ornitólogos dan como duración mínima 25 días y máxima 28. La Garza Real es
ciertamente un poco anárquica en el comienzo de la incubación, pues si bien
algunas parejas empiezan con la puesta del primer huevo, otras no lo hacen
hasta la del tercero. En zonas calurosas del sudoeste peninsular y en
situaciones determinadas de nidos muy al descubierto, el fuerte sol pudiera
falsear la duración de los períodos. Las pequeñas garzas al
nacer tienen una apariencia grotesca con el plumón de la cabeza abultado de
color marrón grisáceo oscuro que se prolonga en unas a modo de finísimas
cerdas o plumas sin raquis de color blanco, dándoles una apariencia como de
gran cresta. El resto de las partes superiores son marrón grisáceo, más
grises en los lados y con el pecho y vientre blancos. Los adultos alimentan
a los pollos y los cuidan con extremada solicitud. Ambos son realmente un
modelo de cooperación familiar. Durante los primeros veinte días que siguen
al nacimiento siempre está uno de los adultos presente en el nido vigilando.
El relevo se efectúa con regularidad cuatro veces al día y está precedido de
un gran ceremonial. Los pájaros pasan el día protegiendo a sus hijos del sol
o de la lluvia y capturando tantas moscas como acuden a la suciedad,
atraídas por el desagradable olor que despiden los nidos. Cuando el adulto
ceba, lo hace casi siempre incitado por los picotazos de los pollos,
regurgitando y recogiéndolo éstos del mismo pico de sus padres. Si ya
empezaron a emplumar recogen el alimento del nido mismo donde las garzas
adultas lo dejaron. Los jóvenes vuelan no muy bien aún a los 55 días de
vida. Son muy voraces y con frecuencia calculan mal sus posibilidades a la
hora de engullir presas. Se han comprobado casos de garzas tragando anguilas
de medio kilogramo de peso, pero en la mayoría de ellos la digestión se
presenta imposible y estas presas son regurgitadas. Téngase en cuenta que el
peso medio de una Garza Real oscila entre 1500 y 2000 gramos. Jourdain cita
como un caso verdaderamente excepcional la deglución de una Culebra de
Collar Natrix natrix
de 60
cm. de
longitud. La Garza Real es un
pájaro cuya área de reproducción se extiende por casi todo el continente
europeo, faltando en Islandia y gran parte de Escandinavia, sur de Italia y
casi todas las islas mediterráneas. Está en franca expansión en todas partes
a pesar del continuo drenaje de zonas. húmedas y continuamente se tienen
noticias de colonización de nuevos parajes. Blondel en mayo de 1965 obtuvo
una prueba definitiva sobre la reproducción de esta especie en la Camarga
francesa. Había observaciones anteriores que señalaban allí la presencia de
garzas reales durante la época de la cría, pero no se habían encontrado
nidos. En aquella fecha se descubrieron tres nidos emplazados en un Taray o
Tamarindo Tamarix gallica
al borde de una marisma. En años sucesivos la expansión ha sido muy grande y
en palabras de Walmsley (1975): «desde que la Garza Real se estableció en la
Camarga como una especie nidificante, su población se ha incrementado de
tres parejas en 1964 y 1968 hasta 32 parejas en 1973.» Estos datos serían
superfluos para un trabajo dedicado a la fauna Ibérica si no fuera que el
nacimiento de estas colonias tiene un gran valor para comprender cómo ahora
se ven en la Península Ibérica durante el otoño e invierno tan gran número
de garzas reales, desproporcionadas para el total de las parejas que se
reproducen en nuestro país. En Iberia, la Garza Real
se destribuye en varias colonias por Extremadura, Salamanca, Valladolid y en
las Marismas del Guadalquivir, donde antes estaban establecidas las mayores
colonias, pero que, probablemente ahora, su número ha sido superado por
otras situadas más al norte en las provincias extremeñas. La colonia
observada por Bernis y Valverde en Doñana en 1961 tenía más de 200 nidos
ocupados. La protección dispensada allí ha contribuido sin duda a la
extraordinaria expansión de garzas hacia otras zonas más septentrionales,
colonizando ahora colas e isletas de embalses y siendo cada año más numerosa
en el invierno. La Garza Real está entre
las especies de la avifauna europea mejor estudiadas. Hay que tener en
cuenta que a su gran tamaño y aspecto inconfundible une el ser una especie
anillada en relativa cantidad en toda Europa. De este modo se conocen sus
movimientos durante todo el año. Existe, en primer lugar, una dispersión
posgenerativa que afecta con preferencia a los jóvenes nacidos en el año que
abandonan el lugar de la cría y que dura desde finales de junio a
septiembre, sin que tenga un sentido definido, pues en estas condiciones
pueden ir en dirección norte o sur. Dorst (1956) sugiere que esta dispersión
puede estar motivada por la búsqueda de alimento. Aunque afecta en mayor
proporción a los jóvenes, también un buen número de adultos se convierten en
nómadas antes de iniciar la verdadera migración otoñal que los conducirá
hacia el sudoeste europeo. De este modo, Iberia es receptora de grandes
cantidades de garzas reales que se distribuyen por las rías de la costa
cantábrica y Galicia, Portugal, Extremadura y Andalucía y ahora son
notablemente abundantes en Levante, donde ya se pueden observar durante
todos los meses del año. Algunas poblaciones
europeas (Noruega, Gran Bretaña) son en gran parte sedentarias, pero una
minoría de sus poblaciones alcanza países de más al Sur. No son raras las
recuperaciones de garzas inglesas anilladas, sobre todo en Francia (costa
atlántica) y en Iberia. La mayoría de ellas pertenecen a las colonias
inglesas más meridionales. Las garzas francesas son
las que dan un mayor contingente de recuperaciones en Iberia. Prácticamente
bandos enteros de garzas nacidas en el departamento francés de
Loire-Atlantique llegan en septiembre a las rías cantábricas y gallegas. Lo
mismo sucede en las marismas de Santoña, donde la protección ahora
establecida puede incrementar la presencia de invernantes que antes eran
diezmados por los cazadores. Después de las francesas,
las garzas suecas dan en Iberia una buena cantidad de recuperaciones junto
con las danesas y alemanas. También las colonias holandesas, probablemente
las más numerosas de las europeas, calculada su población superior a las
6000 parejas en buenos años, dan una estimable cantidad de recuperación de
anilladas. Pero muchas garzas
europeas no se detienen a invernar en la Península Ibérica y otras zonas
mediterráneas, sino que cruzan el desierto del Sahara y alcanzan los países
africanos del Golfo de Guinea y del.occidente del continente. Según Moreau
(1972) y antes Bernis (1966), las recuperaciones de garzas anilladas
producidas más al oeste en Senegal, Guinea Bissau y Sierra Leona, son
procedentes de Francia y Suecia; las producidas en Malí, Alto Volta y Togo
habían sido anilladas en Polonía, Hungría y Checoslovaquia, y en Nigeria
había ya tres recuperaciones de garzas rusas. Estas garzas cruzan el Sahara
sin escala. Su vuelo lento, no superior a 35-40 km. hora, puede representar
que la travesía sobre aquellas desoladas arenas sin posibilidad de reposo y
alimento, dura de 30 a 60 horas, por lo que antes de iniciar tan peligrosa
travesía, deben nutrir su cuerpo de grasa, alimentándose en zonas apropiadas
del sur europeo. En España se han anillado
pocas garzas reales, pero ha habido alguna recuperación interesante que debe
mencionarse aquí. En «La Laguna, Baeza (Jaén) se anilló una, cuya edad no se
determinó exactamente, en diciembre de 1970, y que fue capturada en
Dinamarca en mayo de 1972, nada menos que a 2150
km. al nordeste. Parte de la
población de garzas nativas españolas se dispersa en todas direciones, tal
como sucede con buena proporción de la población europea, según se ha visto.
Una anillada como pollo en el nido en la Reserva de Doñana (Huelva) en julio
de 1969, fue capturada en Marruecos en febrero del siguiente año. Otra
anillada también en la misma Reserva, fue capturada en Marruecos dieciocho
meses después en pleno invierno. Dispersión juvenil clara puede ser una
anillada como pollo en la Estación ornitológica de El Borbollón (Cáceres) en
junio de 1960, que se recuperó tres meses después en el Alto Alemtejo
portugués. No hay duda, a la vista
de los datos anteriores extractados de un inmenso cúmulo de ellos que sobre
esta especie existen en la bibliografía ornitológica europea, de que estamos
ante una especie muy viajera que a pesar de su apariencia de pájaro lento y
pesado, es capaz de sorprender recorriendo enormes distancias. Sobre todo,
cuando se conocen datos verdaderamente excepcionales de ejemplares que han
sido capturados en los archipiélagos atlánticos de Canarias, Azores, Cabo
Verde e isla de Madeira, todas ellas anilladas en Holanda y Francia. Más
excepcionales son las capturas de garzas francesas anilladas en el
departamento del Loire Inferior, al otro lado del Atlántico, una de ellas en
Trinidad, otra en la isla de Monserrat (Pequeñas Antillas) y una más en
Martinica. Para Bernis (1966) las
garzas europeas llegan a Iberia por los extremos de los Pirineos. En el País
Vasco la llegada de garzas reales es normal en septiembre y con frecuencia
en el mes de agosto, tiene a veces carácter bien espectacular. |