Aguila Real Aquila chrysaetos
El Aguila Real Aquila
chrysaetos
es el más extraordinario de todos los pájaros que vuelan por los cielos de
Iberia. El espectáculo que ofrece cuando se remonta con las alas bien
desplegadas e inmóviles y dobladas las primarias hacia arriba, como si una
invisible corriente de aire la elevara suavemente, no puede ser con
facilidad olvidado ni comparado a cualquier otro de los muchos que la
Naturaleza ofrece todos los días al observador, qué tiene puestos el corazón
y la mirada en las cumbres y riscos de las montañas. La subespecie que habita
la Península Ibérica Aquila chrysaetos homeyeri posee
ligeras variaciones, probablemente de origen clinal en el tamaño, que es
menor, y en la coloración más oscura, con los matices poco marcados, menos
que en la forma tipo Aquila chrysaetos
chrysaetos del norte de Europa. Las águilas adultas de la
subespecie homeyeri
tienen la cabeza y la nuca cubiertas con plumas muy características de forma
lanceolada y color marrón amarillento, que es dorado en la subespecie
chrysaetos, con la particularidad, además, que estas plumas no son en
la subespecie ibérica tan alargadas. El dorso de las alas y la espalda son
marrones muy oscuros. La cola es oscura hacia el final y algo más clara en
el nacimiento, donde está irregularmente franjeada de marrón y gris oscuro
con las puntas de las rectrices negras. Cuando se ve al águila por encima a
no mucha distancia, se aprecia que el plumaje de la espalda apunta un matiz
rojizo y las plumas cobertoras alares, que tienden a parduzco, forman unas
manchas blanquecinas que pueden
ser bien observadas cuando al planear cerca de un risco, o pared rocosa se
ladea para dar la vuelta. Por debajo, las plumas son totalmente marrón
oscuro, algo más pálidas que por encima, salvo una zona más clara que se
aprecia en el nacimiento de las plumas de vuelo (primarias y secundarias),
que forma como una línea diagonal a través del ala y que solo se puede
observar bien con los prismáticos cuando el águila sobrevuela planeando.
Unicamente muy de cerca o en águilas naturalizadas se puede apreciar el
color pardo rojizo de las plumas infracobertoras caudales (bajo el
nacimiento de la cola). La cera y las patas son amarillas, el iris de color
avellana y el fuerte pico y las uñas negras, aquél más pálido en la base. El plumaje de adulto no
lo alcanza hasta el sexto año de vida y, naturalmente, pasa antes por varios
estados de transición en los que hay una considerable variación en el color,
lo que origina confusión al calcular las edades. Los muslos y parte de los
tarsos están cubiertos con «pantalones» marrón amarillentos, a veces
blancos. Los jóvenes en su primer
año de vida son realmente fáciles de identificar por tener en general el
plumaje de color marrón mucho más oscuro que el de los adultos, al extremo
de que casi parece negro. Además, la base de las plumas de vuelo, primarias
y secundarias, es blanca, lo mismo que la cola, teniendo ésta una ancha
banda subterminal muy oscura, casi negra. Aunque estos caracteres son
visibles tanto por encima como desde abajo, las manchas blancas son menos
extensas en el dorso de
las alas, ya que
prácticamente sólo alcanzan a la base de las plumas primarias, mientras por
debajo en algunas juveniles llegan casi hasta el cuerpo. A partir del
segundo año los inmaduros pierden gradualmente las manchas blancas hasta que
al poseer el plumaje completo de adultos, éstas prácticamente desapareen. Lo
mismo sucede con el tercio blanco de la cola, que pasa a estar casi
totalmente oscurecido y confundido con la banda terminal, que ahora llega
también hasta la punta misma de las rectrices. El iris es mucho más
oscuro que el le los adultos, pero la cera y las patas son también
amarillas. Durante tres o cuatro años las sucesivas mudas cambian totalmente
el plumaje, alcanzando el de adultos, como ya se ha dicho, al sexto año de
vida, en que aquel plumaje se aclara en las alas y el cuerpo y ya han
desaparecido para entonces totalmente las manchas blancas. Estas descripciones
corresponden a un patrón de plumaje en su desarrollo normal; sin embargo, se
pueden apreciar variaciones individuales en todos los estados. Algunos
ornitólogos han querido ver en ellas nuevas subespecies, pero ninguna ha
sido admitida como tal por la forma irregular en que se manifiestan. Una
variedad que rara vez se ve en los Alpes franceses tiene los hombros
blancos, casi como los del Aguila imperial Aquila heliaca. Los sexos del Aguila Real
son semejantes en cuanto al color del plumaje, pero las hembras son algo
mayores que los machos y parecen bastante más pesadas. También en el
carácter y en las actitudes puede haber alguna distinción de manera que
permitan la separación de los sexos, ya que ésta no es posible atendiendo
sólo al color del plumaje. En general, pare siempre que el macho se
muestra más nervioso en su conducta, estando más tiempo en vuelo que la
hembra, que, desde luego, durante la época de la cría, pasa grandes
intervalos posada, pero esto también sucede el resto del año. En el invierno
el macho realiza muy frecuentes picados sobre el lugar donde habitualmente
permanece quieta la hembra. Esta parece volar más reposadamente y cuando la
pareja está junta, observándolos atentamente pueden distinguirse por la
ligera diferencia de tamaños. El Aguila Real es un
pájaro de fuerte estructura, pero muy bien proporcionado. En el vuelo la
cabeza sobresale hacia adelante, más que en el Busardo Ratonero Buteo buteo y menos que en el Aguila
Imperial. Las alas no dan la sensación de ser rectangulares sino muy bien
graduadas con los bordes posteriores ondulados. La cola es ancha pero no
corta, la más larga entre las águilas y casi tanto como la anchura de las
alas. Al remontarse o cuando se cierne al ver el pájaro de frente las alas
forman una amplia V con las primarias dobladas hacia arriba y desde abajo y
si no hay viento se aprecian también ligeramente dirigidas hacia adelante. Cuando vuela hacia lo
lejos o directa a un posadero bate las alas profunda y poderosamente. Se
dice que es la más elegante de todas las grandes águilas y que mantiene el
ritmo y un perfecto control de sus acciones aun con el más fuerte viento. Los adultos pueden ser
confundidos en una somera observación con el Aguila Imperial, pero ésta no
es tan ágil al volar y su plumaje es diferente, lo mismo que la silueta de
vuelo cuando se ve desde abajo, ya que tiene las alas más rectangulares y al
remontarse también lo hace con alas más rígidas y planas, no levantadas ni
dirigidas hacia adelante. Probablemente exista mayor confusión cuando se ve
de lejos con el ratonero, con el que tiene en común parecida silueta y vuelo
con alas en V, aunque, por supuesto, es de mucho mayor tamaño. Además,
sucede que el Aguila Real no parece, cuando se la ve a distancia, el gran
pájaro que es y resulta entonces necesario establecer un punto de
comparación con otra especie que vuele próxima, lo que no es difícil por los
continuos amagos de ataques que sufre por parte de otras aves de presa y
sobre todo de los córvidos. El Aguila Real vive con
preferencia en zonas montañosas, pero no es infrecuente en lugares de baja
altitud dentro de su general escasez en el país, ocupando páramos, monte
bajo y zonas despobladas. Como todos los pájaros,
siente preferencia por determinados lugares y posaderos, bien sea una rama
seca de un árbol, una repisa de un cortado rocoso o la cima de una peña. En
estos sitios se puede ver habitualmente a las águilas y en ellos pasan
muchas horas del día. Cuando vuela sus acciones llaman enseguida la atención
por lo majestuosas. Puede cernirse durante horas a gran altura sin
aparentemente realizar esfuerzo alguno, pero también planear siguiendo el
borde de un cortado de montaña a favor de la brisa, llevando las alas
parcialmente plegadas o elevándose en espiral de forma que recuerda al
Ratonero común, pero remontándose a mucha mayor altura hasta que pronto no
es más que un punto oscuro en el cielo. Cuando vuela de un risco de una
montaña a otra situada enfrente, se lanza hacia abajo planeando de forma que
traza en el aire una amplia curva, elevándose con la misma facilidad y
deteniéndose en su nuevo posadero con gran suavidad, lo que llama la
atención para un pájaro tan grande y pesado. Estos vuelos pueden ser muy
rápidos y se calcula que a veces alcanzan casi doscientos kilómetros por
hora y aunque a la distancia de un observador al pie de una montaña o un
valle, parezca a simple vista que el águila planea despacio, en realidad
cubre una gran distancia en un tiempo mínimo. Se dice que una de sus
acciones más espectaculares es cuando sobre la cresta de una montaña
permanece cerniéndose pico al fuerte viento que a veces alcanza velocidades
de 150 Km por hora, como desafiando a este elemento, permaneciendo inmóvil y
tal parece como si estuviera colgada por un hilo invisible del cielo,
moviendo sólo ligeramente las-plumas primarias de las alas.
También se puede observar cómo inesperadamente cuando vuela realiza un
picado vertical hasta el suelo, a veces para capturar una presa, otras por
lo que parece un simple juego. En estos momentos alcanza la rapidez de un
halcón y posiblemente mayor velocidad aún. Se calcula que en estas caídas
repentinas llega a velocidades de 250 a 300 kilómetros por hora. Es un pájaro
extraordinariamente silencioso y sólo en contadas ocasiones puede oírsele un
grito en cierto modo parecido al del Busardo Ratonero, pero más agudo y
prolongado, repitiendo la segunda sílaba «uíííu-jíu-jíu-jiu» Al final del
invierno y probablemente formando parte del cortejo nupcial, su voz es más
parecida a la del Ratonero y emite con más insistencia un maullido «uíííu»
repetido tres o cuatro veces. Los variados sonidos escuchados cuando se
aproximan al nido o los que emite la hembra al recibir las presas aportadas
por el macho, no son fáciles de representar por escrito. La alimentación del Aguila
Real es muy variada porque a pesar de mostrar una gran preferencia por los
mamíferos, no desdeña pájaros de cualquier tamaño, como luego se verá, ni
siquiera insectos, y es frecuente su presencia sobre la carroña, en especial
de animales silvestres . También captura buen número de animales carniceros,
muchos de ellos enfermos o disminuidos físicamente. En la Naturaleza se
puede comprobar la evolución anárquica de poblaciones de liebres, conejos,
perdices, etc., después de la desaparición de sus depredadores naturales,
sin poder determinar con exactitud qué papel regulador corresponde al Aguila
Real. Pero también catástrofes como la producida al propagarse la
mixomatosis entre los conejos, afectan en sentido opuesto al faltar la presa
fundamental. Se calcula que los
mamíferos pueden, hablando en general, ocupar en su dieta un porcentaje que
varía del 70 al 98 por 100, y mientras éstos son abundantes en su territorio
se alimenta totalmente de ellos. Se estima asimismo que cuando la caza mayor
es abundante, puede representar hasta un 40 por 100 de su total alimento. La
carroña no es desdeñada, como ya se indicó y, probablemente, ahora ha
disminuido algo esta tendencia a alimentarse de ella por dos motivos
fundamentales. La escasez de animales domésticos muertos en el monte y la
competencia con otras especies eminentemente carroñeras y a las que también
afectó mucho la escasez de cadáveres de animales abandonados en el campo,
como consecuencia de la drástica reducción del pastoreo en toda la Península
Ibérica. Puede asegurarse que los
ornitólogos españoles han realizado una exhaustiva labor de estudio de las
presas aportadas a los nidos por diferentes parejas de águilas reales en
lugares dispares de la geografía peninsular y una somera descripción, a
riesgo de ser reiterativo, nos puede clarificar ideas equivocadas que han
llegado a ser verdaderos tópicos en el país sobre la supuesta peligrosidad
de cualquier pareja de águilas establecida en una zona, atacando al ganado e
incluso a las personas. Bernis (1973) hace
referencia al proverbial acarreo a los nidos de Aguila Real de conejos,
perdices y liebres, amén de otras piezas de caza menor y que desde tiempo
inmemorial es aprovechado por los paisanos de numerosas regiones españolas
que saben explotar los nidos con pollos de esta y otras grandes aves
rapaces. Los pastores “cosechan” los nidos empleando diversos recursos, en
general tan burdos como cruentos: poniendo sogas al cuello a los pollos,
cosiéndoles el ano o afirmándoles un palo a través en las fauces (echarles
el «frenillo»). Muchos ingeniosos pastores atan al nido a los aguiluchos y
les liman las uñas, otros les cortan las plumas para prolongar su estancia
en el nido y que los adultos sigan aportando presas exquisitas. Y todavía
muchos que se aprovechaban de los nidos de esta manera, cuando los
aguiluchos morían o los eliminaban pasaban con ellos a las Juntas de
Extinción de Alimañas, para además cobrar la prima contra entrega de sus
garras. A estas impresionantes descripciones de Bernis hay que añadir unos
datos tomados en Asturias y que no son menos aleccionadores y demostrativos
de cuánta incultura y ligereza ha sido desterrada o hay aún que exterminar
en la Península Ibérica al hablar de las aves de presa. La llamada «Junta
Provincial de Extinción de Animales «Dañinos» que funcionó en Asturias
durante poco más de tres años, alcanzó notables (?) éxitos premiando la
muerte de 23 águilas reales y ¡25.114 milanos, cuervos y similares! Pero aún
es más triste y sorprendente conocer que por cada «ave de rapiña» abatida se
concedía un premio de 5 pesetas en 1957. Bernis (1973) da presas
concretas: Culebra rayada Elaphe scalaris (1) precisamente en un nido
sobre un alcornoque quercus suber, el reptil era
gigantesco, Ophidia indet. , Conejo Oryctolagus cuniculus
(20), Jabalí Sus scrofa (1 juv.) y Perdiz Roja Alectoris rufa
(5). Cita también datos antiguos de ornitólogos extranjeros referidos entre
otras presas a Sisón Otis tetrax, Liebre Lepus spp., jóvenes o
crías de Rebeco Rupicapra rupicapra en los Picos de Europa y de
Ciervo Cervus elaphus y más frecuentemente parece ser que chivos de
cabra doméstica. Para Navarra, Elósegui,
Senosiaín y González identifican en dos nidos presas de Ardilla Sciurus
vulgaris (2), Jabalí (juv.), Conejo (9), Chova Piquirroja Pyrrhocorax
pyrrhocorax (3), Mirlo Común Turdus merula (1), Arrendajo
Garrulus glandarius (1), Lagarto ocelado Lacerta lepida (2),
Ophidia indet. (3). En la región
centro-occidental española, Garzón (1973) encontró restos casi
exclusivamente de liebres y conejos, Paloma Bravía Columba lívia (1),
Grajilla Corvus monedula (1) y sorprendentemente Mosquitero Común
Phylloscopus collybita pajarillo que sólo pesa 10 gramos. cinco
estómagos analizados determinó resto de Conejo (4), Paloma Torcaz y Lacerta
indeterminado. En Asturias, en dos nidos,
restos de Corzo Capreolus capreolus (2), Conejo (5), Rebeco (2 juv.),
Zorro Vulpes vulpes
(2), Perdiz Pardilla Perdix perdix (3), Zorzal Charlo Turdus
viscivorus (3), Chova Piquigualda Pyrrhocorax graculus (2), Chova
Piquirroja (3), Pito Real Picus viridis (2), Urogallo hembra
Tetrao urogallus (1), Bisbita Alpino Anthus spinoletta (6),
Roquero Rojo Monticola saxatilis (1 ), Lagarto verde Lacerta
viridis (1). J. M. Thiollay encuentra
en la zona explorada por él en los Alpes presas de grandes gallináceas,
zorzales, bisbitas, alondras, acentores, colirrojos, collalbas, palomas,
tórtolas, codornices y córvidos. En un solo nido el 20 por 100 de las presas
aportadas por los adultos estaban constituidas por grandes culebras.
Considera que la mixomatosis fue un golpe brutal para las águilas que
capturaban fundamentalmente conejos. Desde siempre se acusó al
Aguila Real de capturar chivos de cabra doméstica y corderos. Hasta qué
punto esto es cierto totalmente es difícil de determinar, pues muchas veces
los datos obtenidos de las gentes del campo son propensos a la fantasía y
cuando corren de boca en boca se exageran lógicamente. A este respecto,
Bernis escribe en Ardeola: «La captura de chivos, corderillos, cervatos,
etc., es un hecho cierto aunque siempre se ha exagerado. De ahí sus
vernáculos castellanos de Aguila chivera, Chivera negra y otros». Cita luego
detalles atestiguados por los guardas del Coto Nacional de Gredos sobre
apresamiento de chivos de cabra montés Capra hircus y dicen además
que a veces el águila intenta despeñarlos. También en Sierra Morena se
encontró en un nido un chivo de cabra montés. En determinadas zonas del
noroeste español los campesinos conocen varios casos de capturas de chivos
de cabra doméstica y gallinas; sin embargo, se estima que la mayor parte de
los restos de grandes mamíferos hallados en los nidos proceden de animales
encontrados muertos en el campo por el águila. Los corderos sólo hasta las
dos semanas de edad pueden ser capturados y muertos. El Aguila Real caza sus
presas siguiendo á baja altura (30-40 metros) las laderas de montañas en
vuelo relativamente lento efectuando repentinos picados sobre las posibles
presas. No todas las capturadas consigue devorarlas, pues si no las mata en
seguida, algunas, casi siempre pequeños pájaros, escapan de sus garras. En
cambio, conejos, liebres y otros animal terrestres parecen ser presas más
fáciles. La caza desde un posadero es ocasional y el aguila, que suele
permanecer muchas horas quieta sobre una roca, mira indiferente a presas que
pasan a su alcance aunque a veces inesperadamente se lanza contra ellas.
También vuela a lo largo de valles de montaña, arroyos, monte bajo e incluso
praderas, donde su sola sombra proyectada sobre el suelo hace enmudecer el
canto de los pequeños pájaros o iniciar una precipitada huida a los pequeños
y medianos mamíferos. Sin embargo, frente a otras aves de presa no resulta
tan fiera como se podría presumir si atendemos a su real fuerza y potencia.
Con frecuencia vuela rodeada de gran cantidad de pequeños pájaros que forman
un nutrido coro de chillidos a su paso, pero otras especies, entre las que
destacan los córvidos, sobre todo las chovas de pico rojo, hacen pasadas y
efectúan picados sobre ella sin llegar a tocarla. Las reacciones del Aguila
Real ante estos ataques son esporádicas y su conducta es más flemática que
la seguída en idénticas circunstancias por el Busardo Ratonero. Bannerman
(1956) relata la feroz lucha entre este águila y un Gato montés Felis
sylvestris. Sobre la nieve helada un gato montés comía una liebre.
Repentinamente apareció el águila que hizo intentos de ataque, posándose
finalmente a unos metros de distancia. Como consecuencia de la lucha que
inmediatamente se produjo, se vio al águila elevarse con el gato bien cogido
en las garras y posarse en un elevado risco. A continuación el pájaro se
lanzó al vuelo ganando altura. Cuando estaba muy alta, unos 500 ó 600 metros
sobre el monte, el gato fue lanzado espacio, cayendo sobre unas rocas donde
quedó totalmente destrozado. Al siguien día se vio en la misma zona un
Aguila Real aparentemente enferma y poco después descubierta con terribles
heridas en los muslos de manera que le impedían mantenerse en pie. El
ejemplar se conserva naturalizado en el Museo Real escocés. El Aguila Real es especie
eminentemen sedentaria y la misma pareja ocupa durante años una amplia zona
que constituye su territorio y que puede alcanzar una superficie
extraordinariamente extensa, aunque es mucho menor en proporción a una mayor
densidad de las águilas. Aquí desenvuelve todas sus actividades la pareja,
usando con preferencia dentro de él lugares idóneos para la caza por ser
querencioso de determinados animales que constituyen fundamentalmente sus
presas. Probablemente en zonas boscosas y llanuras la extensión que una
pareja ocupa es mucho menor que en montañas y solamente una pequeña porción
de terreno descubierto es usada para la caza. Se estima que existe una
general correlación entre el tamaño del territorio y la densidad de posibles
presas, pero donde las águilas son muy numerosas está claro que hay muchas
más presas asequibles en la zona de las que ellas podrían comer, aunque
existen otros factores que mantienen baja la población de águilas reales. Aparte del Quebrantahuesos
Gypaétus barbatus, el Aguila Real es el pájaro de la avifauna europea
que parece requerir un más extenso territorio para desarrollar todas sus
actividades a lo largo del año. Besson
(1966) afirma que un territorio comprende: 1.° Partes totalmente
inexplotadas por las águilas y rara vez sobrevoladas por ellas, normalmente
grandes valles y zonas habitadas. 2.° Superficies explotadas solamente de
abril a mitad de octubre, en general las situadas por encima de 1.900
metros. 3.° Zonas explotadas sobre todo de mitad de octubre a mayo, las
situadas por debajo de 1.900 metros. Garzón (1973) calcula una
población de ochenta parejas para una zona muy extensa de la España
centro-occidental que comprende parte de las cuencas de
los
ríos Duero,
Tajo y Guadiana, englobando varias sierras, Guadarrama, Gata y Gredos, y que
él estima en una extensión de aproximadamente 100.000 Km cuadrados. La
distancia menor entre dos nidos era de 8 Km en 1973, pero diez años antes
había hasta cuatro nidos en poco más de 100 Km cuadrados. Las parejas adultas están
próximas al nido durante la mayor parte del año y los vuelos nupciales
pueden ser observados con buen tiempo en casi todos los meses. Estos
consisten fundamentalmente en acciones que recuerdan a las del resto de las
aves de presa con vuelos ondulados, repentinos picados y rápidos ascensos,
casi siempre efectuados por una sola águila y rara vez la pareja. Esta puede
estar cerniéndose o planeando sobre una cima de montaña cuando
inesperadamente el macho se lanza en picado hacia la hembra, que se vuelve
de espaldas en el aire y le presenta las garras. Aunque estas águilas son
muy silenciosas, en esta época suelen en ocasiones emitir agudos maullidos. Pérez Chiscano (1973)
realiza observaciones en solitario y más tarde en compañía de Fernández Cruz
en zonas agrestes de la provincia de Badajoz y en varios lugares con nido
atestiguan, presenciándolos, vuelos nupciales ya en el mes de enero. Las parejas tienen
extraordinaria querencia a un determinado territorio y lo ocupan año tras
año, anidando en él con variado éxito. Si uno de los adultos perece, el otro
puede emparejarse con un inmaduro y permanecer entre sí unidos varios años
más, hasta que, al alcanzar la madurez, la cría tiene éxito. Con frecuencia,
en una extensa zona se pueden ver estas parejas no reproductoras ocupando un
territorio. Las formadas por dos subadultos son mucho más raras. En Europa, el nido es
construido generalmente en cortados rocosos, aprovechando un entrante de la
pared vertical, a veces en una repisa tan estrecha que muchos nidos, si son
voluminosos, pueden precipitarse en el vacío. En la Península Ibérica ocupan
en las cordilleras y altas sierras paredes de profundos desfiladeros y
roquedos de montaña aprovechando oquedades, En otras zonas que pudiéramos
considerar como de llanura son frecuentes los nidos en árboles, coexistiendo
algunas veces con Aguila imperial. Garzón cita cómo en 1972 ambas especies
anidaron aproximadamente a un kilómetro de distancia entre sí y parece ser
que en ocasiones el Aguila Real ha usado incluso nidos de Imperial para
criar. Nidos en alcornoques y en pinos no son infrecuentes y en ellos
acumulan verdaderas masas de palos año tras año, haciendo nidos
extraordinariamente voluminosos, pues éstos sufren mucho menos las
consecuencias meteorológicas que los situados en alta montaña. Bernis
menciona uno en un roble y da para 25 nidos anotados por él, sólo 3 en
árboles. Las citas antiguas también son escasas. Los nidos están situados de
forma que durante las horas más calurosas del día les dé la sombra, por lo
que las águilas evitan casi siempre la exposición al Mediodía. Normalmente
están en altitudes variables entre 200 y 1.900 metros sobre el nivel del
mar. Garzón cita para el centro-oeste peninsular 6 nidos entre 200 y 300
metros, 14 entre 700 y 900 metros y los más elevados en las sierras de
Gredos y Guadarrama a 1.800 metros. Sobre el suelo del barranco su altura es
muy variable, muchas veces a 30-50 metros, pero existen observaciones de
alturas extremas de 12 y 100 metros. Cuando construyen por
primera vez nidos en paredes rocosas éstos son generalmente pequeños para el
tamaño que tienen estas águilas y, en realidad, sólo son una ligera
agrupación de palos secos con ramas verdes en el centro que con el tiempo
podrían llegar a ser grandes estructuras si la repisa rocosa lo permitiera,
alcanzando entonces un diámetro de 3 metros y una altura de 1 metro. Los
construidos en árboles pueden ser mucho mayores por la continua acumulación
de materiales todos los años, formando un montón de palos y ramas cuyo
espesor excepcionalmente se calculó en 5 metros, con un diámetro de poco más
de un metro y medio. Cada pareja posee un
número de nidos que oscila entre 2 y 5, aunque se han comprobado algunas que
tenían 8 y 10. Casi todos se ocupan alternadamente de un año a otro. Al
final de la temporada un nido del que ya han volado los pollos puede estar
cubierto por restos de presas y es necesario dejarlo dos inviernos antes de
volver a usarlo de nuevo. Seton Gordon menciona un nido de 5 metros de
espesor que vigiló desde 1909 hasta 1952. En las montañas no se encuentran
nidos de este tamaño porque
los duros inviernos destruyen
casi siempre su estructura en parte, resistiendo mejor los instalados en
árboles. Los nidos no ocupados en la temporada de cría suelen servir de
posadero, lugar para alimentarse, etc. Durante ella no los descuidan,
aportando a ellos a veces material. Estas grandes estructuras que vistas de
lejos parecen simplemente un montón de ramas y palos secos, sin embargo,
están construidas y adornadas incluso con sentido estético, que Seton Gordon
ha querido ver en el aporte de ramas floridas de Serbal Sorbus aucuparia.
Ambos sexos toman parte en su construcción. El mismo nido puede ser ocupado
durante decenas de años y en España son bien conocidos varios lugares casi
centenarios en albergar una pareja de águilas reales todos los años. El
material con el que está el nido construido ya se ha dicho que suelen ser
ramas y palos secos de 3 a 4 cm de diámetro, formando la base las más
gruesas y sobre ellas muchas ramas verdes de árboles y arbustos de hoja
perenne. En Asturias y otras zonas de la Cordillera Cantábrica una parte
importante de la estructura del nido está formada con palos de tojo Ulex
europaeus y el interior con ramos de acebo llex aquifofium,
sobre todo en nidos observados en el sudoeste asturiano. La puesta consiste casi
invariablemente en dos huevos, rara vez uno y mucho más ocasional es la de
tres. Tienen color blanco sucio o amarillento, manchados de marrón o con
punteado del mismo color y de gris que suele agruparse a veces en la parte
más ancha. Brown y Amadon, para 106 huevos de la subespecie europea
chrysaetos dan un promedio en las medidas de 76,7X59,4 mm. Pérez
Chiscano y M. Fernández Cruz dan para dos huevos en un nido pacense
subespecie homeyeri, medidas de 75,95
x 57,50 y 72,75 x 58,25 milímetros. La
puesta se efectúa con intervalos de tres a cuatro días entre cada huevo. Las
fechas de las puestas han sido más bien estimadas en Iberia por los
ornitólogos, puesto que la inaccesibilidad de la mayoría de los nidos impide
realizar observaciones completas, sobre todo en los últimos días del
invierno en que la montaña aún está cubierta de nieve y hielo. Estos
cálculos son aproximados en cuanto a la fecha de la puesta del primer huevo
y debe suponerse que en el centro de España, sobre todo en niveles no muy
altos, la puesta comienza en algunas parejas en la última mitad de febrero,
quince días más tarde en la mayoría de los emplazados en esa zona y un mes
después en el norte de la Península, Cordillera Cantábrica y Pirineos. A la
vista de los innumerables datos existentes, se puede afirmar con Bernis
(1967) que «las águilas reales ibéricas ponen en su mayoría durante el mes
de marzo, con una minoría ya en la segunda mitad de febrero, pero que
también aquí se producen posturas más tardías en abril. Al comparar con el
resto de Europa occidental, sólo se puede concluir una no marcada tendencia
a posturas 10-20 días más precoces en Iberia». Normalmente la hembra
incuba sola, pero el macho también participa por largos períodos, mucho más
de lo que generalmente se ha creído siempre, y Seton Gordon afirma que el
macho con frecuencia incita a la hembra a abandonar el nido para incubar él.
En este período la hembra sale del nido para comer y el macho también a
veces aporta presas que despedaza delante de ella. Parece ser, según estima
Besson, que las salidas del nido de la hembra pueden malograr la puesta
cuando aquélla no encuentra pronto una presa y prolonga excesivamente su
ausencia, enfriándose entonces los huevos. Esta situación debe ser
afortunadamente excepcional por cuanto, como se ha visto, el macho ocupa el
puesto de su pareja con asiduidad. El período de incubación ha sido
calculado en 43-45 días. Los pollos nacen cubiertos con un plumón blanco que
les dura por lo menos casi tres semanas, fecha en la que comienzan a
aparecerles los primeros cañones de las plumas. Está muy extendida la idea,
y así lo aseguran Brown y Amadon, de que en el 80 por 100 de los casos el
pollo nacido primero mata y devora al más joven. Los mismos ornitólogos
añaden que no hay evidencia para asegurar que el pollo victorioso sea una
hembra, pero posiblemente las hembras puedan sobrevivir mejor que los machos
y ser criadas con éxito. También se asegura que la madre no hace nada para
evitar o prevenir esta batalla entre sus hijos, que no tiene explicación,
sobre todo teniendo en cuenta que muchas veces se efectúa en presencia de
abundante comida. J. M. Thiollay estima a
propósito de estas luchas entre los pollos que la mortalidad en el nido es
importante factor en la supervivencia de las águilas. Admitiendo el
canibalismo, en el 70 por 100 de los nidos con dos pollos, no llega a volar,
más que uno. Una abundante alimentación puede contribuir al éxito de la cría
de ambos jóvenes, pero no al número de los huevos puestos por la hembra,
contrariamente a lo que sucede con otras especies. Por contra, la penuria de
presas puede aumentar el número de parejas estériles o incluso hacer que los
adultos abandonen provisionalmente su territorio durante el verano. Las
puestas de reemplazo, en el caso de malograrse la primera, parecen ser
excepcionales. Durante los primeros
quince días los pollos son atendidos solícitamente por los adultos, pero
después, a los veintiún días, a no ser que las condiciones meteorológicas
sean duras, situación que no es infrecuente en alta montaña durante el mes
de mayo, son dejados solos en el nido muchas veces. A los cuarenta y cinco o
cincuenta días ya están completamente emplumados y salen del nido a los
65-70 días (Brown y Amadon); 71-78 días según Elósegui para Navarra; 77-81.
días da Geroudet en Suiza; y 77-84 días Seton Gordon para Escocia. Sin
embargo, los jóvenes permanecen aún muchos días cerca del nido y continúan
siendo atendidos por los dos adultos y a veces por un inmaduro solitario que
colabora espontáneamente en la cría. Durante el período de emplumado de los
pollos, la hembra permanece mucho tiempo cerca del nido posada en una roca
cercana o planeando en las proximidades sin perder de vista su área de
nidificación. Al final es la hembra la que aporta casi todas las presas a
los aguiluchos, ya que el macho parece perder interés en la cría y se
muestra como cansado, aportando no más de una presa diaria y con frecuencia
pasan varios días sin que lleve ninguna. Se estima, sin embargo,
que los jóvenes, después de aprender a volar, dependen todavía durante dos o
tres meses de los adultos, que cazan presas para ellos y se las dejan en el
posadero elegido. Aunque en el otoño se alejan, durante el invierno vuelven
a la zona del nido y su querencia al lugar es muy grande. El éxito en la
reproducción del Aguila Real es desgraciadamente muy bajo en la Península
Ibérica. Sin embargo, ha sido aún menor de lo que es actualmente. Las
medidas de protección a todas las aves de presa decretadas por el Gobierno
palian en gran medida la acelerada caída en la densidad de águilas reales en
España. Pero como se trata de una especie que preferentemente habita la alta
montaña, allí es difícil que la Ley pueda perseguir a los infractores a
menos que la educación cívica y el respeto a la Naturaleza puedan más que el
temor a la sanción. El creciente excursionismo de montaña, el alpinismo y lo
frecuentados que son ahora lugares antes inaccesibles prácticamente a las
personas de toda condición, son también causas de la drástica disminución de
esta maravillosa ave de presa que a la vez es muy sensible a cualquier
molestia o a la presencia del hombre, siendo esto motivo suficiente para
abandonar un nido o una puesta. Se cita el caso de dos nidos abandonados
solamente porque a dos kilómetros de distancia se construyó una estrecha
pista. Al hablar de la
supervivencia del Aguila Real en la Península Ibérica es necesario
extenderse en algunos relatos, muchos de ellos recopilados por los
ornitólogos españoles en sus salidas al campo y que ponen en evidencia cuán
necesario es elevar el grado de cultura de determinadas gentes, no todos
precisamente hombres del campo, sino también desaprensivos de la gran ciudad
y de los pueblos. En Asturias se han
destruido con tan excesiva frecuencia los nidos, que la especie está en
verdadero peligro de extinción, siendo así que el biotopo es de lo más
favorable que puede haber para el desarrollo de una importante población de
águilas reales. La abundancia de cortados rocosos, paredes, cornisas y
acantilados, junto con la extraordinaria fauna, posibles presas, en especial
volátiles, abonan este criterio. No obstante, es necesario insistir que en
esa región la desaparición casi total de la Liebre y el Conejo han supuesto
un duro golpe para las águilas, pero en alta montaña abundan aún las presas.
El continuado incendio de nidos o la captura con lazos de los pollos, ha
hecho ya un daño muy difícil de reparar en una especie que tarda varios años
en alcanzar su madurez y aun así, con un éxito en la reproducción que se
puede estimar en no más de un 0,5 de joven aguilucho con cada pareja
nidificarte y año. La protección máxima a la
especie en la Península Ibérica es necesaria. A este respecto, Garzón (1973)
estima que Aquila chrysaetos quizá sea el ave de presa que ha
experimentado una mayor regresión durante los últimos años. Atribuye esto
fundamentalmente a la expoliación de los nidos y a la disminución de las
presas habituales. Un dato escalofriante para el centro-oeste de España: en
1973 solamente se conocieron siete nidos ocupados en un área donde 10 ó 15
años antes anidaban no menos de treinta y dos parejas. Según esto, Garzón
estima que en 13 años el Aguila Real ha decrecido en un 78 por 100. Esta especie
prácticamente no tiene enemigos en la Naturaleza a no ser el propio hombre
que, como ya se ha visto, la persigue con saña. Como los inmaduros no crían
antes de los 4-6 años de edad, la expectativa media de vida para los adultos
en estado silvestre, calculando una pérdida del 75 por 100 de los jóvenes
antes de la madurez, sería de 10 años. Parece comprobado que un Aguila Real
en libertad puede vivir 20 años. En cautividad ha alcanzado hasta 46 años,
pero un promedio de 15 años es lo corriente. De acuerdo con Garzón las
perspectivas para la supervivencia de la especie en España son desastrosas a
menos que se intensifiquen las medidas de protección, erradicando de los
cotos de caza totalmente la costumbre de colocar cebos de carne o animales
enteros envenenados con estricnina u otros productos igualmente mortales. El
mismo ornitólogo señala que sólo durante 1971 y 1972 conoció al menos siete
nidos destruidos por repoblaciones forestales o construcción de telesillas
para estaciones invernales en el centro-oeste español; en el mismo período
encontró dos águilas reales envenenadas y vio trece muertas por cazadores. A
esta persecución humana hay que añadir las duras condiciones climatológicas
que la especie sufre en alta montaña. Desde hace ya varios años las
primaveras en la Península Ibérica se han convertido en estaciones frías y
lluviosas, con frecuentes nevadas que, a no dudarlo, influyen notablemente
en el éxito de la reproducción de esta especie, no tanto por la destrucción
de los nidos y los pollos como por la dificultad que tienen los adultos para
encontrar las presas. En Europa el Aguila Real
falta totalmente en muchos países y en otros su reproducción se estima como
muy local y sólo unas pocas parejas permanecen allí sedentarias. Además de
en Iberia existen poblaciones en el mediodía francés, junto al Mediterráneo,
y en el Macizo Central; en toda la península italiana, Grecia y los
Balcanes, zona costera Yugoslava, los Cárpatos, los Alpes, Rusia y Noruega
hasta casi el Cabo Norte, así como Finlandia y Escocia no siendo realmente
abundante en ningún lado. En la Península Ibérica se
halla muy repartida por todos los riscos de las cordilleras, siendo más
numerosa en los Pirineos y sierras del Centro y Sur. En la Cordillera
Cantábrica, antaño su más importante reducto, ha disminuido drásticamente y
un dato notablemente significativo es que, aún no hace muchos años, las
águilas reales inmaduras eran observadas con frecuencia incluso cerca de
acantilados costeros. Aunque es un ave eminentemente sedentaria, los
inmaduros efectúan movimientos de dispersión invernal, viéndose muchas veces
águilas reales en zonas alejadas de sus habituales áreas de reproducción.
Sin embargo, ya al final del invierno regresan al lugar de nacimiento y
merodean por él, emparejándose algunas de estas águilas inmaduras con
adultos, aunque naturalmente sin reproducirse, pero a veces construyendo
nidos o aportando material a los antiguos como si realmente fueran a criar.
Comentando estos desplazamientos de jóvenes águilas, Bernis (1966) señala
que en fase dispersiva cabe esperar que algún águila real nacida en el
noroeste de Africa visite de forma ocasional el sur de España. Añade que es
muy improbable que recibamos en la Península otros visitantes extranjeros,
excepto los del vecino Pirineo francés. Durante el otoño se ve por la Sierra
de Aralar (Guipúzcoa-Navarra) un pequeño flujo de águilas reales con
dirección al interior de la Península (Noval, 1967). Muy pocas águilas reales
se han anillado en Europa, pero a pesar de ello, no han sido escasas las
recuperaciones, a veces a considerable distancia, algunas superando los 700
kilómetros hacia el Sur, siempre en aves de procedencia escandinava, que son
las que efectúan desplazamientos más largos. |