Águila Perdicera Aquila fasciata
El Águila Perdicera
Aquila fasciata es un pájaro extraordinario, tanto por su
agresividad como por la constancia que muestra en ocupar durante todo el año
un reducido territorio. El macho adulto de la
subespecie fasciatus, que es la que habita en la Península Ibérica,
tiene la cabeza, el dorso y la espalda hasta el nacimiento de la cola, de
color marrón oscuro negruzco en la mayoría de los individuos, con pequeñas
manchas blancas debidas a la base blanca de las plumas. La cola es grisácea
con un ligero tinte marrón, con una ancha banda subterminal negra y cinco o
seis barras muy estrechas de color marrón oscuro. Las plumas primarias de
las alas son muy oscuras, mucho más que el resto de las alas, y es nota muy
distintiva aunque el águila las tenga bien extendidas. La garganta es blanca
con rayas parduscas. Las partes inferiores son blancas con un profuso
moteado de manchitas en forma de gotas de color marrón oscuro o negro. La
cola por debajo es a menudo algo más oscura, casi marrón grisácea, debido a
la profusión de rayas muy finas. La parte inferior de las alas es marrón
oscuro o negro desde el cuerpo hasta el vértice flexor, siendo más pálidas y
finamente rayadas las plumas de vuelo, salvo los extremos de las primarias
que son muy oscuros. El iris, la cera y los pies son amarillos. Ambos sexos
son semejantes en el color del plumaje, pero la hembra tiene un tamaño
bastante mayor y el dorso no es tan oscuro, sino algo más pardo. Las águilas
jóvenes tienen la cabeza de color marrón claro, lo mismo que el cuello, y
ambas partes están muy rayadas de negro. Por encima son marrones, algo
rojizas, no negruzcas como los adultos. Por debajo el color es más bien
acastañado claro con rayas finas en el pecho. La parte inferior de las alas
es parda, muy clara, incluso más que el cuerpo. La cola es marrón grisácea
por encima con estrechas bandas marrones. En su segundo año este color se
oscurece y se le aprecia una banda subterminal en la cola de color castaño,
mucho más clara que en los adultos, lo mismo que el cuerpo, que es más
claro, y el rayado se convierte en un punteado. En esta edad los ojos son
marrones y la cera y los pies amarillos. El plumaje total de adulto lo
adquieren a los tres o cuatro años de vida. El Águila Perdicera
es un pájaro de tamaño medio, más bien grande, pues una hembra puede tener
las dimensiones de un macho pequeño de Águila Real Aquila chrysaetos,
aunque ésta es mucho más pesada y tiene también una superior envergadura.
Cuando vuela se aprecia en la perdicera que sus alas son relativamente
cortas y redondeadas y la cola es larga. El color de las alas parece oscuro
en contraste con el blanco del cuerpo, y éste es un buen detalle para
identificarla cuando se la ve volar. El Águila Perdicera
es un ave de zonas montañosas, a una altura superior a los 2.000-2.500
metros sobre el nivel del mar. Resulta ser muy fiel a un determinado lugar y
cada pareja permanece en un reducido territorio todo el año. Las águilas
inmaduras probablemente constituyen la mayoría del pequeño contingente que
se observa durante el otoño por provincias españolas alejadas de zonas
habituales de nidificación. Se trata de un ave de
presa en el más exacto sentido de la palabra, ya que es muy agresiva para
otras especies, incluso las de mayor tamaño como el buitre, al que ataca con
frecuencia cuando sus territorios están próximos. Entre el Águila Real y el
Águila Perdicera existe una gran similitud ecológica y biológica, por
lo que se presume una competencia grande entre ambas especies en los lugares
donde sus áreas de reproducción se sobreponen. G. Cheylan (1973) resume sus
experiencias sobre el comportamiento de las dos águilas en un caso en que
sus territorios parecían estar muy delimitados. La frontera no estaba
materializada por el relieve geográfico, pero ambas especies los respetan
aunque dé la impresión de que los límites son vigilados por ellas.
Aquila fasciata, a pesar de su menor tamaño, domina a Aquila
chrysaetos y la obliga a permanecer en su zona. Sin embargo, también
apreció que en territorios donde han criado durante años consecutivos las
águilas perdiceras, al desaparecer éstas su sitio es ocupado por el Águila
Real. Sobre la agresividad hacia las demás aves de presa y córvidos realizó
un estudio muy completo el ornitólogo Charles Vaucher, la mayor parte de él
referido a zonas españolas de Andalucía (Sierras de Ronda y Cazorla), los
Pirineos y macizos aislados de Navarra y Aragón. La mayoría de las paredes
rocosas donde el Águila Perdicera anida están ocupadas por nidos de
otras aves, con algunas de las cuales convive, pero con otras tiene
establecida una verdadera guerra, variable en intensidad por causas no muy
bien comprendidas. Vaucher no pudo observar, por ejemplo, ninguna
agresividad hacia el Alimoche Común Neophron percnopterus, que
generalmente se reproduce en entrantes de acantilados próximos. Unicamente
vio a una pareja de estas aves perseguir a un Águila Perdicera joven
recién salida del nido. Sin embargo, la
agresividad y los ataques hacia el Buitre Leonado Gyps fulvus son muy
manifiestos y sobre todo intensos cuanto mayor es la población de esta
especie anidando cerca del Águila Perdicera. Ataca a los buitres cuando
éstos vuelan en giros en número de 40 a 100 individuos en un radio de 100 a
250 m. de su nido. Pero no ataca a los que aisladamente pasan con
regularidad a lo largo de la pared rocosa, a muy pocos metros de ella, o de
su nido. Las águilas parecen irritadas por las grandes concentraciones de
buitres que se dispersan con un solo ataque. Este tiene siempre lugar de
manera imprevisible y por sorpresa. El águila se lanza en picado desde gran
altura sobre una víctima determinada, proyectando sus patas hacia adelante
con las garras abiertas en el último momento. El ataque es como el que
efectuaría un halcón, y lo acompaña con un grito estridente. En él trata de
alcanzar el cuello sin plumas del buitre y, cuando lo consigue, Vaucher
asegura que las heridas pueden ser mortales si las garras del águila
alcanzan la yugular o una vena carótida. Los buitres al ser atacados se
dispersan aterrorizados y el Águila Perdicera abandona el ataque con
frecuencia sin ni siquiera haber tocado su objetivo. En Navarra y Aragón,
donde las colonias de buitres están más diseminadas y son mucho menos
numerosas que en Andalucía, éstos ataques son más raros ya que las águilas
pueden encontrar lugares donde anidar sin entrar en concurrencia con otras
especies. Vaucher estima que como el águila pasa a veces indiferente ante
las colonias de buitres hay que considerar la agresividad como hecho
ocasional y dictado por las condiciones locales y particulares de la
nidificación de las dos especies. Cuando coinciden Águila
Real y Águila Perdicera en un mismo territorio, la agresividad de esta
última especie parece exacerbarse y los ataques son continuos aunque siempre
rehuidos por el Águila Real. Igualmente violentos son los atestiguados por
Vaucher hacia el Milano Negro Milvus migrans, de los que éste, como
es natural, sale perdiendo y probablemente en muchos casos es muerto por el
águila. Otras especies como el
Halcón Peregrino Falco peregrinus, el Cernícalo Vulgar Falco
tinnunculus y el Cernícalo Primilla Falco naumanni atacan al
Águila Perdicera cuando sobrevuela sus territorios, pero ella no los
ataca nunca. El Cuervo Grande Corvus corax es alejado cuando se aproxima al
nido del águila, pero es mucho más frecuente observarlo persiguiendo a
aquélla a veces a velocidades muy grandes, aunque estos ataques para el
águila no ofrecen peligro alguno. El Águila Perdicera
pasa mucho tiempo planeando sobre el territorio elegido para la caza.
Vaucher compara el vuelo de caza al de un Halcón Peregrino o un Azor Común
Accipiter gentilis. La nerviosidad, la rapidez, la potencia, la
habilidad y los fulgurantes reflejos de este águila, hacen que sea un pájaro
cazador muy notable y sobre todo ágil para su talla. Al lado de sus altas
cualidades de vuelo tiene también una fuerza sorprendente y unas garras como
las del Águila Real. Su visión es extraordinaria y puede distinguir presas
situadas en el suelo a distancias de 500 a 800 m., aunque éstas se mimeticen
perfectamente con la tierra. Si en lanzamientos en picado sobre la presa es
cien por cien eficaz, no lo es menos cuando descubre a su víctima desde un
posadero. Entonces hace gala de una gran astucia y aprovecha los accidentes
del terreno para volar rápidamente hasta las proximidades de la presa y
allí, en un rápido giro, atacar por sorpresa. Sus garras son, muy fuertes,
pero hay que añadir que en ellas llama mucho la atención la grande y fuerte
uña posterior, más larga incluso que la del Águila Imperial Aquila
heliaca, pájaro mucho más pesado y fuerte. Durante el día pasa mucho
tiempo planeando a gran altura sobre su extenso territorio, concentrando sus
vuelos en especial sobre el de caza, más pequeño y en el que ella conoce
bien la debilidad por un posadero o bebedero determinado de sus próximas
víctimas. La captura de pájaros al vuelo ha sido atestiguada numerosas veces
por los ornitólogos. Jesús Elósegui describe una observación en Bigüezal
(Navarra) de un ataque fallado a un bando de palomas torcaces Columba
palumbus, tras un picado casi en vertical, difícil de cuantificar, pero
que sería de más de 800 m. en vertical. No hay duda que lanzándose desde tan
gran altura su oportunidad de cazar con éxito disminuye, si no media el
factor sorpresa en su víctima. Normalmente el Águila Perdicera vuela a
alturas comprendidas entre 100 y 200 m., desde donde la posibilidad de tener
éxito en los vuelos en picado es mucho mayor. El Águila Perdicera
es un pájaro bastante silencioso, pero durante los vuelos nupciales y en el
nido, se le puede oír un dulce y aflautado «klií-klíu-klíu-klíuiit»,
repetido con rapidez. Si está excitada, este sonido es mucho más sibilante:
«kliuííí-kliuíí» o un repetido «¡ki-ki-ki !». En general su voz es emitida
en tono bastante bajo y es, por supuesto, menos áspera, más dulce y
aflautada que la del resto de las águilas. En la Península Ibérica,
varios ornitólogos han estudiado las presas que esta especie lleva al nido y
que son determinantes en buena parte de la alimentación general del
Águila Perdicera. Sin duda, el nombre español está muy adecuadamente
puesto, ya que, como se verá, la gran mayoría de las presas son perdices
comunes. Su régimen alimenticio general no es muy diferente del de otras
especies de aves de presa, aunque parece haber en su dieta una buena
proporción de pequeños y medianos mamíferos hasta el tamaño de una liebre.
También son frecuentes los ataques a las gallinas domésticas y sus pollos,
formando las aves el 50 por ciento de su dieta. Sin embargo, son pocos los
reptiles que captura y en los nidos no abundan las observaciones de
lagartos. Elósegui, Meaurio y
Seniosiaín (1973), que han estudiado varios nidos en Navarra, anotan presas
de Perdiz Roja Alectoris rufa y Conejo Oryctolagus cuniculus
en gran parte y también Lagarto Ocelado Lacerta lepida (1), Grajilla
Corvus monedula y Chova Piquirroja Pyrrhocorax pyrrhocoras.
Garzón (1973) en la zona montañosa del centrooeste peninsular encuentra en
los alrededores de cinco nidos, presas de Conejo (11), Liebre Lepus
capensis
(3), Zorro Vulpes vulpes (1 juv.), Carraca Coracias garrulus
(1). Suetens y Van Groenendael (1971), que estudiaron varios nidos en zonas
montañosas del sur de la Península en años consecutivos (1968-69-70),
observan presas fundamentalmente de Perdiz Roja. Así de veintiuna aportadas
al nido, quince eran de esta especie y el resto de Grajilla, Conejo, Liebre
y Rata Rattus spp. G. Cheylan (1972) estima
que la ración diaria del Águila Perdicera puede ser evaluada, por
analogía con otras especies, en 200 ó 300 gr. de carne y que sus presas más habituales en Europa, la Perdiz Roja y el
Conejo, pesan entre 500 y 1.500 gr. Por consiguiente una sola captura al día
es, en general, suficiente para alimentar a los dos miembros de la pareja.
Para presas más grandes, liebre, por ejemplo, es imposible decir si las
águilas vuelven a la mañana siguiente a consumir los restos de la carroña o
la abandonan. La hipótesis más probable es que comen entonces una cantidad
inhabitual de alimento que les permite ayunar varios días consecutivos. No
hay ningún dato fidedigno para determinar a qué hora del día se efectúan las
capturas de las presas fuera de la época de la reproducción, pero parece
probable que sea en las primeras horas de la mañana, en que las mismas
presas tienen una superior actividad y se concentran en grupos para comer y
beber en lugares ya conocidos por el águila. Hidalgo y Rodríguez
escriben en Ardeola (1970), que en cierto lugar del sur de España un guarda
mató un Águila Perdicera que se había aquerenciado a un pequeño
eucaliptal y que atacaba las gallinas de un cortijo inmediato, a pesar de
que estaba próxima una marisma con abundancia de anátidas, limícolas y sus
pollos. El ciclo diario del
Águila Perdicera durante la mayor parte del año ha sido estudiado en
detalle por G. Cheylan en un incomparable trabajo (Alauda 1972) y a él vamos
a seguir en la descripción de sus costumbres. La especie es
prácticamente sedentaria y las parejas que se unen durante toda la vida
ocupan territorios en general montañosos con acantilados o precipicios de
bastante altura, eligiendo para instalar sus nidos las grietas o entrantes
en las paredes rocosas, siempre procurando que un saliente sobre estas
repisas les proteja de los agentes atmosféricos. De este modo, los adultos
frecuentan la zona donde van á criar con más o menos asiduidad durante todo
el año y tienen en ella un posadero fijo. Las águilas perdiceras se
desplazan, como ya se ha dicho, a buena altura y son por ello difíciles de
observar. El alcance visual de las águilas perdiceras vagabundeando por su
territorio es extremadamente difícil de calcular y por ello se hace
imposible estimar la extensión de la zona donde desenvuelven todas sus
actividades. Las observaciones efectuadas en varios meses del año (abril,
mayo, agosto, septiembre, octubre), han permitido evaluar una extensión
mínima del territorio de 140 km. cuadrados, es decir, un rectángulo de 14
km. por 10 km. que comprenda toda una montaña. Pero este área puede ser
mayor aún y alcanzar los 200 km. cuadrados. Sin embargo, el cálculo anterior
ha servido para países como Francia, en el que estas águilas son
extremadamente escasas (30 parejas, Terrasse 1965), pero no para
determinadas zonas del sur de la Península Ibérica, donde su densidad es
mayor y dos o tres parejas pueden anidar increiblemente próximas. Aunque las
águilas abarcan en sus vuelos un gran espacio, en realidad la mayor parte de
su vida, los sucesos más importantes transcurren en un espacio no superior a
un kilómetro cuadrado. En noviembre, diciembre y
enero se puede notar que la actividad de las águilas es siempre más intensa,
puesto que los largos períodos del día que antes pasaban posadas, son ahora
sustituidos por continuas idas y venidas. Es en estas fechas cuando
comienzan los espectaculares vuelos nupciales y la proximidad de la época de
reproducción parece incitar a los pájaros a una mayor actividad. Estos
vuelos consisten en círculos sobre el lugar escogido para anidar con rápidos
descensos en picado con alas medio plegadas, seguidos de veloces ascensos y
ocasionales aleteos. Al comienzo de la estación de cría planean durante
largos intervalos sobre su territorio y su voz se oye con bastante
regularidad. La elección del lugar donde se va a construir el nido es hecha
por las águilas tres meses y medio antes, aunque Blondel (1969) determinó
fechas no tan precoces (noviembre). Como en otras aves de presa, se estimaba
que el nido era construido solamente por la hembra, pero Cheylan pudo
comprobar, sin lugar a dudas en su caso, que el macho realizaba casi toda la
misión, mientras la hembra permanecía posada en un árbol próximo. En
realidad, el aporte del material se efectuaba por ambos adultos al
principio, pero a medida que se aproximaba la puesta, el macho quedaba solo
realizando el trabajo. Los nidos normalmente son instalados en repisas de
acantilados o paredes rocosas. verticales, siempre a gran altura sobre
precipicios de 45 a 80 m. de profundidad. Algunas veces se han observado en
árboles, pero más a menudo en un entrante rocoso protegido por un gran
arbusto que nace en la misma pared. El aporte de material a base de palos y
ramas gruesas, muchas de espesor superior a dos centímetros, acaba formando
un gran montón con frecuencia de un diámetro de dos metros y que puede tener
un espesor de 60 cm. Suetens y Van Groenendael (1971), describen un gran
nido estudiado por ellos en el sur de España, que cubría en una cornisa una
longitud de 2,30 m., siendo su anchura la misma de la repisa, 75 cm., con un
espesor de 25 cm. Los materiales eran sobre todo ramas de olivo que los
adultos estuvieron aportando durante toda la cría. El interior estaba
forrado de hierba. Con frecuencia, las grietas o repisas donde está situado
el nido son tan estrechas que parece que el nido y su contenido van a caer
al abismo de un momento a otro. En general, se estima por los ornitólogos
que han observado la especie que los nidos son desproporcionados por su gran
tamaño al del Águila Perdicera. Un nido puede ser usado año tras año y
es raro que una pareja ya establecida de antiguo en una zona inicie la
construcción completa. Más corrientemente aprovecha restos de otro anterior
de ella misma o de otra pareja desaparecida. Así que más que construcción de
nido puede hablarse de aportación de material sobre otro ya usado. En este
caso se dan los nidos de mayor volumen que vistos desde abajo o de lejos
parecen más propios del Aguila Real. La puesta normal para
esta especie es de dos huevos, algunas veces uno y rara vez tres. En general
el color del fondo es blanco y están punteados o rayados de marrón y
violáceo y son dejados en el sur de España en los últimos días de enero o
primeros de febrero y muy poco más tarde en el norte. Araujo et al. (1974)
dan cuenta del primer dato de una puesta de tres huevos de Águila
Perdicera en el centro de España, con la particularidad de que los tres
pollos nacidos volaron sin novedad. La escasez de casos como éste es
evidente. Así, Heim de Balsac y Mayaud (1962), en 53 puestas de esta águila
controladas en el noroeste de África, solamente señalan dos o tres huevos.
L. Brown y D. Amadon, para 120 huevos sin indicación de origen, dan un
promedio de 69 x 54 milímetros. La incubación parece
comenzar con la puesta del primer huevo y la mayor parte de ella corre a
cargo de la hembra, que lo hace durante toda la noche y el 90% del día. En
este período, el macho aporta presas al nido, pero no con la regularidad que
lo hacen otras aves de presa, y sin que se puedan conocer los motivos,
algunos días falla en su trabajo, lo que obliga a la hembra a efectuar
salidas y capturarlas para alimentarse, a veces, sorprendentemente en
compañía del macho. El nacimiento de los
pollos se produce con 24 horas de intervalo según Cheylan y de 3 días según
Blondel. Al nacer los pequeños aguiluchos están cubiertos con un plumón
blanco y tienen una mancha gris cerca de los ojos. Las patas y la cera son
amarillo pálido y el iris marrón grisáceo. En los primeros días la
hembra no se mueve apenas del nido, saliendo a intervalos no superiores a
media hora a un posadero próximo donde peina el plumaje. El macho aporta un
mínimo de 3 presas diarias, y como la hembra no caza a no ser por una gran
necesidad, las presas sirven también para alimentarla. La llegada al nido
del macho con la comida es a veces precedida de un grito ¡klía-klía!», pero
en la mayoría de ellas su entrada era muy silenciosa. La hembra emite
siempre un grito lastimero y dulce: ¡kliiieee-kliiieee... !» Las primeras plumas
aparecen sobre el cuerpo de los pollos a los 25-35 días y a los 45 ya lo
cubren todo. En esta edad los aguiluchos pueden comer ellos solos, pero como
sucede con otros muchos animales algunos jóvenes muestran gran torpeza y
deben ser alimentados por la hembra hasta una semana antes de volar. Se dice que,
generalmente, uno de los pollos, el nacido primero, más fuerte, mata al otro
y que únicamente un 20% de las puestas se logran completamente. Sin embargo,
no parece que este caso se dé con frecuencia en los nidos estudiados en la
Península Ibérica y es más corriente un mayor porcentaje de jóvenes águilas
que salen del nido. Aun en el supuesto de que los jóvenes coman solos, lo
que parece normal, como se dijo, a partir de determinada edad, la madre
permanece, sin embargo, cerca del nido. Cuando aquéllos vuelan normalmente,
la familia puede ser observada planeando junta sobre el territorio,
volviendo al nido al anochecer, efectuando este ciclo durante varias semanas
más antes de dispersarse (un tiempo no superior a dos meses). Cheylan
estima, según sus observaciones directas, que el primer pollo en volar lo
hace a corta distancia del nido a los 62 días del nacimiento y el vuelo
definitivo no se efectúa antes de los 70 días. Blondel da 61 días para el
primer vuelo de un aguilucho hembra. Dos o tres días más tarde vuela el
otro. También el mismo ornitólogo estima que a los 33 días de vida ya pueden
ser distinguidos por el tamaño los sexos de los aguiluchos. La hembra es
entonces notablemente más gruesa y fuerte que el macho. Desde el momento en
que los jóvenes vuelan, emiten constantemente el mismo grito de los adultos,
que puede ser escuchado a un kilómetro de distancia. El Águila Perdicera
prácticamente no tiene más enemigo que el hombre, y es de esperar, que esta
especie pueda ir poco a poco aumentando sus exiguos efectivos. Respecto a
esto hay que decir que en el territorio peninsular la mixomatosis declarada
en los conejos no hay duda que ha hecho disminuir las posibilidades de
subsistencia de las águilas, aunque la adaptabilidad para alimentarse de
otras presas también asequibles, ha sido muy grande y perdices y lagartos
parecen ahora ser las principales víctimas hasta que el conejo haya superado
la grave crisis. Respecto a la persecución de que siempre el Águila
Perdicera ha sido objeto en España, no debe terminarse esta descripción sin
hacer referencia a las vicisitudes por las que pasó una pareja de águilas de
esta especie en cierto lugar de la provincia de Almería y que fueron
descritas por Antonio Cano y E. R. Parrinder en British Birds (1961). Todo
empezó en febrero de 1958, cuando un macho de Águila Perdicera que
había sido muerto de un tiro, fue entregado en el Laboratorio del Instituto
de Aclimatación de Almería. De esta manera se tuvo conocimiento de que una
pareja de estas águilas había estado anidando en una pared rocosa de cierto
lugar de la provincia durante muchos años y a ella pertenecía el macho
muerto. A mediados de marzo Cano y Valverde visitaron el lugar y encontraron
un nido viejo desocupado. Pocos días más tarde, descubrieron algo más lejos
el nido al que pertenecía el macho muerto. Estaba en un lugar peligroso y no
muy accesible, pero los ornitólogos pudieron llegar a él y hallar dos pollos
de siete u ocho días de edad sobre un lecho de ramas cubiertas con retama y
esparto. Los aguiluchos eran cebados por la hembra y se supuso que al morir
el macho estaba en plena incubación y ésta no fue abandonada. En visitas
sucesivas, Cano pudo contemplar cómo la hembra cebaba los pollos y con
preferencia el que estaba menos desarrollado, al que alimentaba con pequeños
trozos de lagarto. Desafortunadamente este nido fue destruido por furtivos y
los pollos, muertos. En 1960 nuevamente las águilas criaron en el
acantilado, pero cuando los naturalistas acudieron con ánimo de fotografiarlo y estudiar
el nido, los pollos ya muy crecidos habían desaparecido. Al día siguiente se
recibió aviso en el Instituto de Aclimatación de que los pollos estaban
vivos y en Almería. Cuando fueron llevados al Instituto parecían muy débiles
y casi a punto de morir. Llevados al nido después de ser alimentados a la
fuerza, los adultos continuaron cebándolos como si no hubiera pasado nada.
Por cierto que la carne que Cano había dejado en el nido dos días antes
estaba intacta y además había restos de lagarto, teniendo los pollos los
buches bien repletos. La cría se desarrolló bien y los ornitólogos pudieron
hacer excelentes fotografías y observaciones. Cano y Valverde determinaron
restos de Conejo, Perdiz Roja, un pichón de paloma, especie no identificada
con seguridad, y plumas de Roquero Solitario Monticola solitarius.
Los demás restos encontrados correspondían a Lagarto Ocelado. La preferencia
por este reptil en el sudoeste de España parece bien comprobada, incluso con
datos aportados por Valverde para un nido estudiado por él en Alicante.
Desafortunadamente también este nido fue destruido y quemado antes de que
los aguiluchos volasen. Lo mismo sucedió con el construido por,
presumiblemente, la misma pareja al siguiente año. Decididamente, el
Águila Perdicera no era popular entre los campesinos de la región, por
atribuirle la mayor parte de la depredación sobre aves de corral y especies
cinegéticas. En Europa ocupa esta
especie la Península Ibérica, Grecia y el sudeste francés, donde pocas y
bien controladas parejas anidan todos los años. También en las islas
mediterráneas de Córcega, Cerdeña y Sicilia, siendo dudosa su reproducción
en Mallorca. Aunque es sedentaria, durante el otoño se pueden observar
individuos inmaduros en países de Centro Europa, pero en número muy escaso. En la Península Ibérica,
es águila escasa que habita cortados rocosos de las principales cordilleras
con superior densidad en la mitad Sur y en los Pirineos. En la Cordillera
Cantábrica es muy rara. Se ha anillado muy poco
y, dado su carácter sedentario, su escasez y el ser ave protegida, es
difícil que pueda haber recuperaciones y éstas no serían a mucha distancia
del territorio del nido por lo que ahora se sabe. |