Mirlo Capiblanco

Turdus torquatus

Dos especies, con el plumaje algo diferente, se distinguen en el Mirlo Capiblanco Turdus torquatus. La subespecie torquatus alpestris es la que se reproduce en España en muy escaso número de parejas y la subespecie torquatus torquatus nos visita a partir del otoño e inverna aquí en apreciable cantidad.

Turdus torquatus alpestris es un pájaro de buen tamaño y color oscuro prácticamente negro, con una mancha en forma de media luna en el pecho. Las plumas secundarias y las cobertoras de las alas tienen bordes grises o blanquecinos de manera que, cuando tiene las alas plegadas, se nota bien como si parte de éstas fueran casi blancas. Incluso al volar cuando como es corriente entre los túrdidos se alternan planeos con batidos de alas y deslizamientos en el aire con ellas bien pegadas al cuerpo, lo primero que llama la atención es esta zona blanquecina a los lados del cuerpo. Las partes inferiores tienen muy marcados los bordes claros de las plumas lo que da a los pájaros la apariencia de plumaje en escamas y por supuesto algo más claro que en las partes superiores. El pico es amarillo con la punta y el borde superior negruzco. En primavera es más amarillo que en el verano y más intensa la coloración en los machos que en las hembras. Las patas y los pies son pardos oscuros y los ojos del mismo color.

Las hembras carecen del color negro intenso y son más parduscas, marrones en gran parte y la mancha blanca del pecho está teñida de pardo y no es tan visible como en el macho a no ser que el pájaro pueda ser observado bien de frente. La mayor parte de las plumas tienen bordes claros y ello proporciona a las hembras de esta especie un aspecto general pardo grisáceo que es común con los machos durante el invierno y con los jóvenes del año.

Los jóvenes en su primer plumaje son menos rojizos que los de la misma edad del Mirlo Común Turdus merula, pero en una somera observación pueden ser confundidos con ellos porque su plumaje aún no muestra trazas exteriores de la mancha blanca del pecho. Unicamente se pueden diferenciar bien por las manchas pálidas, blancuzcas, que tienen en las plumas cobertoras de las alas. También la forma de vuelo es distintiva para la identificación a distancia. El Mirlo Capiblanco tiene un vuelo más potente y directo que el Mirlo Común. Las personas acostumbradas a ver este último pájaro distinguen ambas especies enseguida. Aún en una somera observación y no apreciándoseles la mancha del pecho, se diferencian bien.

La subespecie Turdus torquatus torquatus que vive en el occidente europeo desde Escandinavia al norte hasta el noroeste de Rusia y las Islas Británicas al Oeste, es más oscura por encima y en las partes inferiores, no siendo tan marcadas las escamas del pecho y vientre, pero sí en mayor contraste la luneta del pecho. Las manchas blanquecinas de las alas están más difuminadas que en la raza alpestris. Inverna en España en buen número y durante esa época resulta difícil separarla de la típica ibérica alpestris.

Sus hábitos recuerdan a los del Mirlo Común, pero es más dado a volar al descubierto y andar por el suelo lejos de matorrales u otra cobertura vegetal. Su hábitat en la Península Ibérica limitado a las montañas del Norte, condiciona también sus costumbres. Muy a menudo vuela amplias distancias de un tirón y como el Mirlo Común, al posarse en el suelo o en un arbusto levanta la cola e inmediatamente se oculta de nuestra vista. Camina por el suelo con rapidez y procura a intervalos subirse a una roca para observar bien a su alrededor. No permite la aproximación más que cuando tiene el nido con huevos o pollos. En esta época es extraordinariamente ruidoso y alarmista. Con esta actuación descubre la nidada enseguida. Además resulta muy agresivo, atacando a cualquier intruso que se acerque con rápidas pasadas sobre su cabeza. Durante la cría las parejas están solitarias y muy desperdigadas en zonas áridas de la alta montaña con vegetación esparcida aquí y allí. Canta muy fuerte, con silbidos melodiosos repetidos 3 ó 4 veces e iguales, pero que no resultan monótonos. Su voz tiene algún parecido con algunas estrofas del canto del Mirlo Común. Normalmente canta posado al descubierto sobre una roca o en el extremo de la rama de un arbusto y en la soledad de nuestras montañas resulta ser un canto muy agradable y fuerte. Además, emite muchas notas de alarma no muy diferentes de las del Mirlo Común, un repetido y fuerte ¡¡tack-tack-tack!! o un estridente ¡¡chik-chik-chik!! Es muy ruidoso a la caída de la tarde y canta mucho a partir de los últimos días de marzo hasta junio.

Se alimenta de insectos durante la época de la cría, pero como los demás túrdidos, también come innumerables caracoles y probablemente otros pequeños moluscos, comiendo también muchos frutos silvestres.

Los primeros mirlos capiblancos que llegan a los páramos de las cordilleras para criar lo hacen en el mes de abril, primera observación el día 10, pero no se nota en ellos señal alguna de celo. Todo el campo está con frecuencia cubierto de nieve a no ser que un final de invierno con temperaturas suaves haya dejado aquí y allí extensas manchas de pradera y arbustos medio agostados. En los primeros días de mayo la mayor parte de las parejas se han establecido para criar y las persecuciones de las hembras por los machos se hacen muy intensas. Ambos se enfrentan con el píleo erizado y ocasionalmente el macho emite en vuelo un corto y suave canto para posarse sobre una piedra y mostrar las plumas blancas del pecho, levantando a la vez la cola. Estas manifestaciones del celo no son, por supuesto, fáciles de contemplar en la Península Ibérica donde este pájaro ocupa zonas esteparias y rocosas de alta montaña. En la Cordillera Cantábrica anida entre rocas, pero a condición de que sobre ellas crezca algún tupido arbusto. También hay nidos a alturas de 80 a 200 cm. sobre el suelo en espinos y piornos. Rara vez en algún pino desperdigado. Siempre en las proximidades de algún riachuelo o río de montaña. Ambos sexos construyen el nido aportando gran cantidad de hierbajos, tallos colocados no precisamente con mucho orden, sobre todo si entre ellos hay ramitas de Brezo, material muy frecuente. Al deshacer un nido se encuentra en el fondo una buena cantidad de barro. Por dentro y en los bordes hay mucha hierba seca, más fina la que forra el interior. Jourdain cita nidos a alturas de 10 metros del suelo, pero normalmente entre 1,80 y 6 metros y colocados en coníferas (Picea, Abies). Pudiera ser este el caso en los Pirineos. La puesta normal es de 4 huevos. Rara vez 5 y desconocidas mayores, pero frecuentes algunas de 3 huevos. Su color es verde azulado con manchas y puntos pardo rojizos y muy parecidos en general a los del Mirlo Común. El promedio de 50 huevos medidos por Jourdain es de 30,8 x 22,16 mm., con un máximo de 34 x 22,2 mm. y un mínimo de 29 x 20,3 mm. Las primeras puestas encontradas en Asturias no lo fueron antes del 20 de mayo y en los primeros días de junio todas las parejas incuban. Ambos sexos toman parte alternadamente, pero la hembra parece permanecer en el nido casi toda la tarde y supuestamente la noche. A los 14 días nacen los pollos casi simultáneamente cubiertos en parte por un plumón beige muy fino. El interior de la boca es amarillo, muy intenso el color y sin puntos oscuros en la lengua. Ambos adultos ceban continuamente y, por supuesto, con mayor dedicación el macho de esta especie que el del Mirlo Común. A los 14-16 días salen del nido y a los 18 ya vuelan bastante bien. La posibilidad de una segunda cría a finales de julio no está comprobada y se duda que se produzca, a no ser repetición por depredación de la primera puesta.

La subespecie Turdus torquatus torquatus se reproduce en las Islas Británicas donde no es escaso y en Noruega (zona montañosa), y noroeste de Rusia. Vaurie (1959) lo cree ocasional en el norte de Francia. Turdus torquatus alpestris ocupa zonas montañosas del norte de Iberia, los Alpes, sur de Polonia, Eslovaquia, los Balcanes y es local en el este y centro de Francia.

En la Península Ibérica vive en páramos y zonas esteparias de la Cordillera Cantábrica entre los puertos de San Glorio (Santander) y el de Connio (Occidente asturiano), pero no se descarta su presencia en otros lugares de esta Cordillera. Aralar (Guipúzcoa-Navarra) es una Sierra que posee condiciones idóneas para su reproducción. En los Pirineos parece ser más escaso, pero existe poca información sobre su status allí.

El Mirlo Capiblanco inverna en Iberia en crecido número y las observaciones desde septiembre se producen en muchos lugares. En Guipúzcoa es notorio su paso a partir de los últimos días de agosto, pero sobre todo en septiembre y octubre. En primavera se le ve numeroso por toda la costa cantábrica a partir de marzo (primera observación el 14 de este mes) y sobre todo en abril. Alcanza en el paso primaveral altas cotas y los grupos son frecuentes hasta alturas de 1.200 metros. Existen observaciones en las campas que rodean al lago de La Ercina (Parque Nacional de Covadonga) y en otros lugares Reinosa (Santander). Por toda la Península se ven observaciones en los pasos y destacan las de Mallorca en los primeros días de abril (Parrado. 1968) pero allí no es raro en invierno, lo mismo que en el resto de las islas (Bernis et al., 1958).

Es invernante común y aquí y en el noroeste de Africa se establece en la estación fría la gran mayoría de la población de torquatus que se reproduce en Gran Bretaña, Irlanda y Escandinavia. Bannerman dice que la mayoría de los mirlos capiblancos británicos dejan sus lugares de cría en agosto, marchando casi todos en septiembre. Son abundantes los que permanecen allí en páramos hasta octubre. Muchos se han anillado y consecuentemente las capturas son numerosas. El primero fue uno anillado como pollo en el ya lejano 1927 y que en septiembre del mismo año fue abatido en Navarra. Otro, anillado en mayo 1946 fue capturado en Iciar (Guipúzcoa), cerca de Zumaya, el 21 de marzo de 1948, ya en paso primaveral. Hay numerosas otras recuperaciones en los Pirineos, costa Cantábrica y en el resto de la Península Ibérica. La subespecie torquatus ha sido controlada en el noroeste de Africa y según Bannerman, citando información de Balsac, allí come con fruición los frutos de unas especies de Enebro Juniper phoenicea y Juniperus oxycedrus. En los meses invernales resulta ser abundante en Túnez, Argelia y Marruecos. Empieza a llegar en octubre (Balsac y Mayaud) y sobre todo en noviembre, ocupando zonas meridionales y montañosas de aquellos países. Comienza a marchar a partir de los primeros días de marzo y la mayoría desaparecen en abril. También la raza alpestris ha sido encontrada invernando en Túnez, el Atlas Sahariano y Marruecos oriental. Pero ¿alguno de éstos pertenecerá a la exigua población ibérica? El anillamiento realizado en España es muy escaso (10 hasta 1972) y por consiguiente no pueden esperarse recuperaciones que nos permitan establecer con claridad los cuarteles de invierno de alpestris ibéricos.

La escasa población española, especie torquatus alpestris, se ha estimado en unas 6000-7000 parejas (Purroy 1997) que debe corresponder en su inmensa mayoría a la población pirenáica, donde se calculó una densidad media de 1,7 individuos/10 ha en localidades con pino negro (Purroy 1974). Pueden estimarse algún centenar más en la Cordillera Cantábrica y, sin duda, aún es mucho menor la marginal población del Sistema Ibérico.